Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza

El próximo domigo celebramos la Fiesta de Pentecostés.

Os presentamos los 4 artículos de la Hoja Nuestra Señora de la Claraesperanza núm. 4.

Pentecosté, de Alfredo
Espíritu Santo, amigode Dolores Cabrera y Soledad Gutiérrez
Mujer de la levadurade Jaume Aymar
Santa Rosa, cerca de todos, de Agustí Viñas

Pentecostés

Por Alfredo Rubio de Castarlenas (Barcelona)

Jesús nos dijo: «Siempre estaré a vuestro lado». Seguramente conocen ustedes aquella narración de una persona que seguía muy de cerca a su vez, las pisadas de Jesús. Pero al mirar un día hacia atrás el largo camino recorrido en la playa, vio que había trechos en que sólo se distinguían en la arena, las pisadas de una persona. Se dio cuenta además, que esto ocurría en los tiempos en que había tenido muchas penas y disgustos. Se atrevió a decirle a Jesús: ¿Cómo en esos trances me abandonaste? Jesús le respondió: «Las huellas solitarias que ves, son las mías. Precisamente en aquellos momentos de tribulación tuya, te llevaba en brazos, aunque tú no te dabas cuenta». ¡Qué hermoso estímulo esta respuesta del Señor para seguirle con premura y cercanía! Sin embargo, en nuestra vida siguiendo a Jesús llegamos a una encrucijada, en que sus pisadas se nos esfuman y no sabemos por dónde ir. Esto sucede cuando alcanzamos el pie de la cruz. Sólo vemos el hoyo del recio madero clavado en la tierra. ¿Cómo seguirle entonces?

No temamos. Allí mismo, encontramos la silueta de otras pisadas: las de María. ¡Sigámoslas! Ellas nos llevarán por el sendero cierto, hasta el sepulcro de Cristo para esperar allí, con claraesperanza, su Resurrección. ¡Qué alegre fiesta del alma reencontrarle pronto, resucitado! Y así, poder seguir de nuevo sus huellas aunque sea con un gozoso juego del «escondite»: ahora te veo, ahora no; pero a poco te vuelvo a ver porque eres Tú el que te apareces a mí, sin que yo te vaya a buscar.

Mas ¡ay, que de nuevo te pierdo! Allí, en la cima del monte de tu Ascensión. ¿A dónde ir entonces? ¡Cálmate alma mía! ¡Sosiégate! De nuevo las huellas de María están junto a mí. Si las sigo muy de cerca para no perderme, me llevarán a Pentecostés, donde nace la Iglesia. Me conducirán al abundante y cristalino manantial de la Gracia y de todos los Dones del Espíritu Santo. María queda en su trono. ¡Reina de la Iglesia! Después será asumida incluso en cuerpo y alma, para ser Reina también de cielos y tierra. Pero a nosotros nos habrá depositado ya en brazos de la Iglesia. Crezcamos y andemos siempre junto a esa Comunidad del Señor.

La Iglesia visible, somos todos los cristianos. Démonos la mano unos a otros en signo de paz, de fraternidad, de solidaria ayuda. Caminemos juntos, cogidos amigablemente del brazo hacia el común punto omega, o sea la segunda venida gloriosa y triunfante de Jesús. Y entre tanto, como cántico de peregrinos, clamemos: ¡Maranathá!, es decir: ¡Ven Señor Jesús!

Por Alfredo Rubio de Castarlenas

Espíritu Santo, amigo

Por Dolores Cabrera y Soledad Gutiérrez (Hermosillo)

Padre-Hijo-Espíritu Santo, ¡qué comunidad de Amor tan perfecta! ¡Qué maravillosos Amigos sois estas Tres Personas!, pues siendo tan distintas, formáis una Unidad en el Amor y la Amistad.

Y tanto nos amáis, que el Padre envió a su único Hijo para que nos enseñara a amar de la misma manera que vosotros. Dice Jesús: «Como el Padre me ama a mi yo también os he amado a vosotros. Éste es mi precepto, que _os _améis _unos a _otros como yo _os he amado» (Jn 15,9-13).

Nos amaste ¡oh Jesús! como el Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos, sobre justos e injustos.

Muy bien sabía Jesús que nosotros solos no podemos amar así. Por eso promete que el Padre y Él nos enviarán al Espíritu Santo.

¡Qué maravilla tener estos Tres Amigos que respetan tanto nuestra libertad y nos aman con amor sin límites!

¿Cómo debemos relacionarnos con cada uno de ellos?

Jesús nos lo dice: «Cuando queráis hablar con vuestro Padre, cerrada la puerta allá en lo escondido, donde nadie os vea, decid: Padre nuestro». Por lo tanto de una manera muy especial, nos encontraremos con el Padre en la Soledad y el Silencio, abandonados en Él como niños pequeños.

¿Cómo relacionarnos con Jesús? «Donde haya dos o tres reunidos en mi nombre allá estoy yo en medio vuestro».

¿Y con el Espíritu Santo? ¡Ese gran desconocido! Esta Persona Divina procede del Amor Infinito del Padre y el Hijo. Por ello, cuando nos relacionamos con el Padre, en la soledad y el silencio, y además, nos relacionemos con Jesús, en la Eucaristía, en nuestra comunidad, entonces brotará en nosotros el Espíritu Santo, nuestro Amigo por excelencia. Don que se nos da. Es el gran Regalo del Padre y el Hijo. Tan cercano que como dice san Pablo: «Somos templos vivos del Espíritu Santo y Él habitará en nosotros». Es decir, somos sus sagrarios. El Espíritu Santo siempre tan respetuoso de nuestra libertad. Nos ama infinitamente a cada uno haciendo que crezca y madure lo mejor que tenemos. Nos lleva a vivir la realidad para la que hemos sido creados: ¡Hijos de Dios! Para esto el Padre envió a Jesús, para que nos enseñara a vivir así. Para esto el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo, el Amor Infinito hacia nosotros.

Él desea que nosotros le digamos que sí; que queremos ser Amigos del Padre, del Hijo y de Él. Que queremos nos ayude a amarnos como ellos se aman. Aman a amigos y enemigos; todos, sencillamente porque existimos, independientemente de cómo seamos.

¡Espíritu Santo, dulce huésped del Alma! Nuestro gran Amigo. Impúlsanos a saber contemplar y disfrutar de tanta belleza como hay en vuestra creación. Tú eres Belleza. Tú eres Amor Perfecto. Sin ti nada podremos hacer.

Y tú, María, tan plena de Alegría del Espíritu Santo ayúdanos a vivir así.

Mujer de la levadura

Por Jaume Aymar (Barcelona)

Jesús de Nazareth es un hombre profundamente realista. Sus imágenes y parábolas, tan bellas y directas, tienen el sabor de la experiencia vivida. Se diría, la mayoría de veces, que responden a situaciones cotidianas que el mismo Cristo había vivido a lo largo de los años en su hogar de Nazareth.

Por ejemplo: Jesús compara el Reino de Dios a la levadura que una mujer introduce en tres medidas de harina hasta que todo queda fermentado (Mt 13,33). Es evidente que está explicando algo que ha visto hacer también centenares de veces a su madre, a la «mujer» por excelencia. Amasar el pan con las propias manos es una lección de humildad y de paciencia. Invita a creer en la multiplicación de lo poco. Aquel pequeño prodigio se repetía a menudo en el hogar de Nazareth. Y el pan es el símbolo de todo alimento. María, fiel a esta pequeña espera casera en lo poco, fue también para Jesús, modelo de esperanza constante en lo mucho. Resuenan aquí las palabras de Jesús: «Quien es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho».

La víspera de su Pasión, Cristo partió con sus discípulos otro pan, aún no fermentado, como prescribía la Ley. Era un pan que recordaba la salida presurosa de Egipto al inicio del Éxodo. No era, no podía ser como el pan que amasaban en casa.

Él mismo se proclamó entonces pan amasado y partido. Pan entregado y convertido en alimento de vida eterna. Y a la vez debió sentir un profundo agradecimiento hacia Aquella que por la Gracia le había amasado a Él mismo en sus entrañas y le había dorado al fuego del hogar de Nazareth. Al pan ázimo del Antiguo Testamento, María añadió la levadura del Nuevo e hizo que este pan se multiplicase hasta el fin de los tiempos.

Y María que había aprendido primero en casa y después como discípula de Jesús, la lección de la esperanza, supo esperar con clarividencia la hora de la Resurrección.

¡Con qué alegría debió compartir entonces con su Hijo glorioso el pan de la Eucaristía!

Santa Rosa, cerca de todos

Por Agustí Viñas (Barcelona)

¡Santa Rosa de Lima! Primera santa canonizada de América. Y resulta que no te llamabas así; tu abuela deseó y logró que en la pila bautismal recibieras su mismo nombre: Isabel. Parece que a tu madre no acababa de gustarle. En cambio tú le gustabas mucho, te encontraba preciosa y fue ella quien te apadrinó definitivamente con otro nombre. ¡Rosa!, cuyo perfume ha llegado como un delicado incienso al mismo cielo.

Te pintan en los cuadros vestida con hábito de religiosa dominica. Nunca lo fuiste. Siempre permaneciste laica. Laica comprometida, como dirían ahora. Eso sí, fuiste terciaria dominica. El convento de soledad y silencio lo llevabas en tu corazón y allá, en el fondo del jardín de tu casa, te construiste una celdilla para refugiarte en ella y encontrar más en este recogimiento, a Dios Padre. Y desde esta morada salías para darte a los demás, sobre todo a los más pobres. ¡Cuántos dan fe de ello en tu biografía!

Es difícil que un faro de luz desde tu Perú, iluminara todas las costas de los continentes, pero mira por dónde, el perfume de tu nombre se esparce por todos los espacios.

¡Ay! Santa Rosa de Lima, ¡qué cerca estás de todos!

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