Domingo XXIV del tiempo ordinario // Mc 8,27-35

Hoy contemplamos un evangelio que nos deja perplejos por la dureza en las palabras que Jesús dirige a Pedro. Pero vamos poco a poco…

Primero, situemos la escena. Nos encontramos en el capítulo octavo del evangelio de Marcos (justo en el centro del mismo, que consta de 16 capítulos). Los acontecimientos transcurren a caballo entre Galilea y Jerusalén, inmediatamente antes de la Transfiguración.

Entremos en el contenido. La escena se produce «por el camino». Cuántas conversaciones tendría Jesús con sus amigos mientras caminaban. Cuánta intimidad en el corazón mientras los pies se llenaban de polvo. Me viene a la memoria el camino de Emaús: «¿No es cierto que el corazón nos ardía en el pecho mientras nos venía hablando por el camino? (Lc 24).

Jesús les pregunta quién dice la gente que es, pero no entra en comentar las distintas respuestas… parece que no le interesa lo más mínimo… En cambio, eso da pie para formular la pregunta fundamental: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Eso sí que le interesa. Después del tiempo compartido, ¿los discípulos saben quién es realmente?, ¿le conocen?, ¿conocen su esencia, su ser profundo?

Pedro abandera la respuesta: «Tú eres el Mesías». Gran profesión de fe. Y, como tantas otras veces, Jesús pide que no lo cuenten a nadie. De nuevo el «secreto mesiánico» tan característico del evangelio de Marcos.

Pero Jesús sabe muy bien qué hay en el corazón de sus amigos; Él sí les conoce bien. Sabe que la idea que tienen del Mesías como alguien exitoso, triunfador y poderoso, está muy alejada de la suya. Por ello les sigue instruyendo, y «con toda claridad» les anuncia su muerte y resurrección.

Pedro no entiende lo que Jesús les está intentando decir. Es tan opuesto a lo que él cree, le rompe tanto los esquemas, que no puede soportar escucharlo y, desde la sinceridad y la buena fe riñe a Jesús, le increpa –dirá el texto. Pedro no puede concebir la idea de un Mesías humilde, sufriente, crucificado.

Y ahí es donde escuchamos las duras palabras de boca de Jesús dirigidas a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Nos evoca a cuando Jesús es tentado en el desierto por la oferta de poder, de riquezas, de gloria… Y nada más lejos que eso… Su mesianismo es de renuncia a todo poder, de renuncia a la violencia, a la espectacularidad… Jesús es el Mesías pobre, humilde, crucificado.

La invitación que hace Jesús al final del texto lo deja bien claro: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga… el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.» Esta llamada refleja la verdadera identidad de Jesús, el Mesías: Él es quien se niega a sí mismo, quién toma la cruz, quien entrega la vida por amor. «Cargar con la cruz es abrazar la vida», dirá José M. Rodríguez Olaizola, y es que solo entregando la vida por amor, se encuentra la verdadera vida.

Preguntémonos nuevamente hoy quién es Jesús para mí. Quizás descubramos nuevos matices sorprendentes.

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