Domingo XXV del tiempo ordinario // Mc 9, 30-37

¡Tenemos mucho camino por hacer!

Caminando por la región de Galilea, Jesús anuncia su pasión y resurrección a los discípulos. Parece ser que «no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.» No es extraño que no entendieran; tenían una visión del Mesías, de la salvación, muy diferente.  Pero me pregunto: ¿Por qué les daba miedo preguntar?

Jesús no tiene miedo a cuestionar. ¡Siempre interpela! De hecho, llegando a casa, en Cafarnaúm, pregunta: «¿De qué discutíais por el camino?» ¡Que fuerte leer que «no contestaron»! El ambiente parece tenso.

Jesús no pierde la paz. Quizás había oído trozos de la conversación… Se sienta y llama a los Doce y les dice: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.» Jesús no regaña a los Doce. Simplemente les da un consejo. Alfredo Rubio, un cura amigo, ha dado un nombre a este consejo: la “ultimidad”.

Si los discípulos estuviesen situados en la “ultimidad” no tendrían miedo de preguntar. El miedo llega cuando uno está preocupado por las apariencias, por quedar bien, o cuando no queremos ver la realidad tal como es… Tampoco hubieran tenido miedo de contestar, no tendrían miedo a equivocarse o a ser sinceros. El miedo entra cuando no hay confianza y es fruto de dinámicas de rivalidad. 

Jesús nos invita a la ultimidad indicando dos caminos: el servicio y la acogida. Nosotros, pueblo de Dios, Iglesia, estamos llamados a ser primeros en servicio, acogida y sinceridad. Eso significa ser últimos en rivalidad, apariencias… También implica preguntar cuando no entendemos y contestar cuando nos preguntan… ¡Tenemos mucho camino por hacer!

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