Domingo XXVI del tiempo ordinario // Mc 9,38-48

Quizá nos pueda pasar como a san Juan. Nos sentimos «dentro» (de la Iglesia), pero sin haber entendido lo que Jesús nos dice. Pensando que el bien auténtico solo lo podrá ejercer quien «es de los nuestros». Incluso, pudiendo caer en considerarnos vigilantes de una ortodoxia a medida…

Si es así, seríamos un obstáculo para quienes actúan de buena conciencia con sus hermanos en la existencia. 

El Papa Francisco nos advierte a los católicos de no caer en fundamentalismos, y que seamos valientes testimoniando a Jesús resucitado en nuestras vidas. También el pasado 15 de septiembre, en el Santuario de Sastin en Bratislava, pedía: «Sed tejedores de diálogo».

Eso que nos pide Francisco, sería ya vivir como resucitados. Abiertos al otro sin miedos. Compartiendo nuestra interioridad. Es renovarnos dejándonos llevar por el Espíritu Santo. Pudiendo así ‘hablar otras lenguas’: la de la unidad, del perdón, del consuelo, del amor.

Empecemos dentro de la Iglesia y en átrios posibles, a vivir un mundo fraterno, solidario, con paz y alegría. 

Siendo fieles al Evangelio, descubriremos todos algo que es obvio porque Jesús nos lo dijo: que el Cielo está aquí mismo.

Por lo que tendríamos que interiorizar, drsde la soledad y el silencio -la herramienta más potente- lo que afirma también Javier Melloni: «Dejar de ser puro espectador de la Resurrección.  

Resurrección: no es ‘la’, es ‘mi’, ‘nuestra’ resurrección. 

Alfredo Rubio lo decía sobre ‘la muerte’; asunción previa y necesaria para poder vivir resucitados.

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