Domingo XXVII del tiempo ordinario // Mc 10, 1-16

Nuevamente Jesús es puesto a prueba por los fariseos. En el pasaje del evangelio de hoy nos habla sobre la licitud de repudiar a la mujer por parte del varón, situación que tenía dividida a las escuelas rabínicas: la de Hillel más permisiva, y la de Shamay no tan laxa. Pero que importa, en definitiva el varón siempre salía vencedor, pues ostentaba la posición de poder –él era el que hacía e interpretaba las leyes-.

Por una parte, Jesús pone de manifiesto, recurriendo a la ley mosaica, la situación que la mujer de su época vivía en el matrimonio: era controlada por el marido, dominada, sometida y expulsada de la casa –repudiada con acta de divorcio- cuando éste lo decidía. En definitiva, la mujer no contaba para nada. Y, por otra, Jesús a través del libro del Génesis, está invitando a descubrir el proyecto original de Dios –el amor- y ahondar en el misterio del ser humano: Dios “los creó varón y mujer”, ambos con la misma dignidad y derechos. Entre varones y mujeres no puede ni debe haber relaciones de dominio y/o sumisión por ninguna de las partes.

La visión que Jesús nos ofrece del matrimonio es la de “ser una sola carne” por amor y vivir una existencia compartida en la donación mutua sin imposiciones ni sumisiones. Con esta posición contra cultural en su época, y también de épocas posteriores y no muy lejanas a nuestro tiempo, Jesús aniquila el machismo patriarcal de la institución matrimonial en particular y de la vida sociocultural en general.

Dios ha creado a los varones y a las mujeres para la felicidad a través del amor. ¿Cómo entonces se puede justificar el desamor? Todo aquello que avala las rupturas del desamor –y no solo en el matrimonio, sino también, en la amistad, etc.-, responde a intereses egoístas puramente humanos, a la inmadurez personal, “a la dureza de corazón”.

El peligro del desamor está presente en las comunidades y grupos -como el nuestro-, por lo que hay que estar vigilntes para que no penetre y destruya la comunión y la amistad fraternal existente.

También, el evangelio de este domingo trae otro pasaje, que puede pasar desapercibido, por parecer insignificantepero todo lo contrario: “acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban”. Parece que los discípulos tienen el poder de decidir quiénes pueden o no pueden acercarse a Jesús. Se interponen entre Él y los más pequeños, frágiles, vulnerables y necesitados de aquella sociedad. Han olvidado que son los pequeños los que han de ser el centro de atención y cuidado por parte de ellos. Es por eso que Jesús se indigna, ¿quién les ha enseñado a actuar de esa manera tan contraria a su Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús: “de los que son como ellos es el reino de Dios”. En el reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros.

El elemento común a estos dos pasajes del Evangelio de hoy es el rechazo a aquellos que se imponen a los demás desde el “poder” –capacidad de doblegar la libertad de los otros y dominarlos-.

Nuestras comunidades y grupos no pueden estar dominadas por personas que quieran ser las primeras e imponerse a los demás, sino que han de estar conformadas por personas que vivan la ultimidad, acojan, sirvan, abracen y bendigan a los más débiles y necesitados.

El reino de Dios no se difunde desde la imposición, sino desde la acogida y defensa a los “pequeños”.

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