Domingo I de Adviento // Lc 21, 25-28. 34-36

Empezamos el Adviento, esas cuatro semanas antes de Navidad en que nuestra madre, la iglesia, nos anima a preparar y prepararnos ante la venida de Jesucristo. Una venida a veces algo confusa porque tiene tres momentos que hay que diferenciar: la primera, en clave de pasado, es el nacimiento de Cristo en un pesebre hace dos milenios, la segunda, en clave de presente, es la llegada y presencia activa de Jesucristo en nuestros corazones y la tercera, en clave de futuro, que Jesucristo volverá gloriosamente a reinar en los últimos días. Cada uno de estos momentos requiere actitudes diferentes pero complementarias: El nacimiento pide memoria gozosa y celebración, la presencia en nuestros corazones pide vida interior y oración, la llegada gloriosa pide preparación, intervención esperanzada de los cristianos en este mundo. Momentos también que hemos de vivir primero desde el presente (oración e interioridad) para poder pasar a la acción y la celebración.

Sepamos recordar, orar y preparar. Espera vigilante, oración y preparación esperanzada. Hoy en día, mucha gente no sabe orar, no puede esperar, no tiene vida interior y por eso no tiene paciencia, el Adviento se difumina y se convierte en un inicio de unas celebraciones navideñas a base de puentes, viajes, compras… un nacimiento prematuro, una pre-Navidad sin esperanza y celebrada sin Jesús.

El evangelio de este domingo, inicio del adviento, quiere que alcemos la mirada bien alta, más allá del horizonte, más allá incluso de lo visible, incluso de lo previsible. El evangelista quiere alertarnos y que nos preparemos para la segunda venida de Jesucristo, esa que se hará con toda su gloria, esa que significará el final de estos tiempos, y forzosamente un cambio radical en todos los órdenes. Jesucristo nos advierte que “Habrá signos en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo”. Y sin embargo -añade san Lucas- no hemos de tener miedo ni escondernos, sino que hemos de levantarnos, alzad bien nuestras cabezas porque es el día de nuestra liberación.

Mensaje transido de esperanza, de libertad, de promesa cumplida, de parusía. Eso que esperamos, la inmediatez, la total presencia, intimidad y unión con el Señor, eso que tratamos mil veces de lograr y mil veces caemos, eso que empezamos a sospechar es inasequible con nuestras solas fuerzas, eso lo logrará Jesús irrumpiendo en la historia e irrumpiendo en nuestras vidas.

¿Que nos queda hacer para prepararnos?

El salmo de este domingo nos recuerda que “El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes”. Con actitud humilde unamos nuestras voces a la aclamación del salmista “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame”.

Os deseo un santo domingo de adviento caminando con humilde lealtad por las sendas que, a nosotros pecadores, nos vaya marcando el Señor.

28 de noviembre de 2021

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