Paz interior y ultimidad

Encuentro de la Inmaculada 2021

Grupo Claraeulálias
Murtra Gralilea, 10, 11,12 y 13 de diciembre

Como cada año en Adviento, cerca de la fiesta de la  Inmaculada celebramos el XIX Encuentro de la Inmaculada.
Este año se trabajó el tema: 

La paz interior y la ultimidad.

Adjuntamos algunos de los texto que se profundizaron

Introducción

El primer “deber” de un cristiano no consiste en ser perfecto, ni en resolver todos los problemas, ni en que todo le salga bien: consiste en estar en paz.

Si en nuestro corazón habitan la paz y la confianza, nos apoyaremos en el Señor y podremos encontrar la respuesta

oportuna a nuestras dificultades. Hallaremos respuestas constructivas y decisiones guiadas por el amor para las cuestiones que afrontemos.

Si, por el contrario, dejamos que la agitación y el miedo se apoderen de nuestro corazón, corremos un grave peligro de no reaccionar bien frente a los acontecimientos, y caer en el bloqueo, la huida, la agresividad, la violencia; o en decisiones precipitadas, que no resolverán nada e incluso pueden aumentar el mal en lugar de atenuarlo.

La humildad, fuente de paz

(extraído del libro “Nueve días para recuperar la paz”, de Jacques Philippe, pg 51-59)

Invitación al recogimiento

Me sereno, me sitúo en el momento presente y respiro despacio. Con una actitud de fe, me pongo bajo la mirada de mi Padre del Cielo, que me ama con ternura. Estoy atento a la presencia de Dios dentro de mi corazón. Me recojo unos minutos.

Espíritu Santo, Tú que eres mi luz, Tú que eres el consolador, ven a guiar mi oración de hoy. Hazme conocer la belleza y la hondura del amor divino. Ven e instaura en mi corazón la paz de Dios; y hazme capaz de transmitir esa paz a mi alrededor.

Meditación

Vamos a intentar entender cuáles son los enemigos de nuestra paz: eso que nos impide recibir la paz de Dios.

Hoy nos centraremos en uno de los principales enemigos de la paz: el orgullo.

Quien está animado por el orgullo no encontrará nunca la verdadera paz. El orgulloso se cree mejor que los demás, está cargado de razón o de desprecio, pretende ser autosuficiente y capaz de hacerlo todo mejor que nadie.

Además, quiere controlar y manejar toda su vida según su criterio, que considera el mejor, acaba lleno de preocupaciones.

Por otra parte, cualquier fracaso, cualquier situación que deje al descubierto sus límites, sus errores y su fragilidad, los vive como una tragedia. Se siente constantemente amenazado y obligado a defender su imagen de marca.

Pretende ofrecer a los demás una imagen perfecta y sin tacha de sí mismo, lo cual se acaba convirtiendo en una carga muy pesada. Continuamente se pregunta con inquietud: ¿qué piensan los demás de mí? En los otros suele ver rivales o bien una amenaza.

Corre el peligro de encerrarse en el perfeccionismo, en el intento de hacerlo todo a la perfección y ser el mejor en todo, lo que le genera una tensión permanente. Ese perfeccionismo es uno de los peores enemigos de la paz del corazón.

La actitud de la persona humilde es totalmente distinta. Cuando se enfrenta a sus límites, a sus debilidades, a sus errores, los acepta serenamente. En el momento en que se descubre imperfecto, o cae en alguna falta, en lugar de entristecerse y desanimarse, conserva la calma. Se levanta enseguida y corre a arrojarse con confianza en los brazos de Dios. La persona humilde no tiene puesta la esperanza en sí misma, sino en la misericordia de Dios. Acepta con sencillez que es alguien capaz de caer y de cometer errores, y que tiene necesidad de perdón.

Asume que no es capaz de salvarse ella sola, y entiende la salvación como un don gratuito de la misericordia de Dios. Incluso es feliz de depender totalmente de la bondad de Dios.

La persona orgullosa siempre estará en guerra con alguien: con Dios, porque se niega a dejarse conducir como un niño pequeño y a plegarse a la sabiduría de Dios. Y en guerra con los demás porque los envidia, o los desprecia, o los considera sus rivales. Siempre está compitiendo con ellos, y eso suele ser agotador.

Estará en guerra consigo misma porque no acepta la parte de debilidad, de pobreza, que existe en cualquier persona. Estará en guerra también con la vida porque pretende tener éxito en todo, y rechazará cualquier situación que deje al descubierto su pobreza, su impotencia, su fragilidad.

La persona humilde está en paz con Dios: se somete Él y deja que lo eduque como a un hijo; estará en paz con los demás, porque los acepta tal y como son, porque está abierta a ellos. No compite con nadie.

Estará en paz consigo misma porque acepta su propia fragilidad y sus imperfecciones; no le inquietan ni sus defectos ni sus fracasos.

Estará en paz con la vida porque no tiene ninguna intención de controlarlo y dominarlo todo, sino que sabe recibir la realidad tal cual es, y abandonarse en las manos de Dios.

La Gracia que pedimos

Pido la gracia de la humildad y la pequeñez; la gracia de no dejarme desanimar nunca por mis limitaciones o mis errores, y de poner siempre toda mi confianza en Dios .

Luces de un gran testigo

“El amor propio es la fuente primaria de nuestras inquietudes; la otra es la gran estima que tenemos de nosotros mismos. ¿Qué quiere decir que cuando nos sorprende alguna imperfección o pecado quedamos desconcertados, turbados e inquietos? Sin duda alguna es porque pensábamos ser poco menos que impecables, intrépidos, inamovibles; y, viendo después que en realidad no es así, nos irritamos, nos entristecemos y nos sentimos abatidos por habernos engañado a nosotros mismos. Si en vez de todo esto supiéramos bien lo que en realidad somos, en lugar de maravillarnos de vernos caídos en tierra nos maravillaría ver como seguimos en pie”. SAN FRANCISCO DE SALES

“Tendrá usted paz s i, pese a todo, sabe ver la voluntad o el permiso divino incluso en sus miserias; y sobre todo, si, convencido de que en este mundo el amor infinito lo preside todo, comprende el papel tan valioso que desempeñan sus miserias en la obra de su progreso espir itual”. P. MARIE-ÉTIENNE VAYSSIÈRE

«Si quieres encontrar el descanso, no te compares con los demás”. SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ Texto para la meditación (pasaje del salmo 131)

Señor, mi corazón no es orgulloso,
ni son altivos mis ojos;
no busco grandezas desmedidas
ni proezas que excedan a mis fuerzas.

Todo lo contrario:
He calmado y aquietado mis ansias.
Soy como un niño recién amamantado
en el regazo de su madre.

¡Mi alma es como un niño recién amamantado!
Israel, pon tu esperanza en el Señor
desde ahora y para siempre.

Preguntas para el diálogo:

– ¿Qué me ha gustado más? ¿Qué me parece lo más importante?
– ¿Qué relación puedo hacer con mi experiencia personal?

*****

Las 7 palabras de Cristo en cruz son 7 

capítulos de ultimidad

Extractos del folleto LA ULTIMIDAD

(Murtra Santa María del Silencio)

Presentación

…Allá por el año 1985 Alfredo elaboró mucha teología -teología poética, la suya; y por eso muy profunda y comunicativa- sobre el consejo de Jesús “sean últimos”, o sea, “el que quiera ser primero, que sea último y así, puso nombre a una virtud que hasta entonces – ¡veinte siglos! – no tenía nombre: “la ultimidad”, la virtud de ser último. Ella es una clave para que cualquier comunidad vaya bien. En el momento en que alguien desea ser o estar por delante de otro, se acabó la paz, empiezan los conflictos.

Los textos que dan vida a estas páginas (del folleto “La ultimidad”) proceden de homilía s, charlas, meditaciones, ejercicios espirituales y escritos en los que Alfredo Rubio habla de la ultimidad, virtud imprescindible para que un conjunto de personas viva ya el Reino de los Cielos aquí.

Juan Miguel González Feria, Lourdes Flavià Forcada)

Ojos de Cristo agonizante

Ver las cosas con ojos de Cristo muerto, impotente ya, perdonador, abandonado totalmente en el Padre… Estamos como Cristo agonizante, que puede muy poco, pero que aún no ha muerto. Es cuando se abandona en el Padre y cuando, aunque pueda parecer lo contrario, su voluntad es una con el Padre.

Este Cristo agonizante es el eje del Reino de los Cielos aquí, que no nos hemos muerto. La ultimidad es esto.

Agonizante, Cristo es consciente de que los está redimiendo, pero “hacer” podemos hacer poco. Esto es propio de la ultimidad.

Jesús dijo las Siete Palabras en la cruz: lo oyeron los que estaban cerca, los que quisieron oírle y acudieron a oírle. Ir al Padre eso fue lo que dijo e hizo. Las siete Palabras son siete capítulos de la ultimidad.

“Id y predicad” dijo; o sea, las siete Palabras y el ejemplo.

“Id y bautizad”: los que vengan; no hay que ser insistentes con la gente, imponiendo la voz o la voluntad a la fuerza… No, los que vengan, los que quieran ver y oír.

(14 de noviembre de 1985)

Desnudez-humildad

✓ La ultimidad -Cristo en la Cruz se hace último supremamente- es desnudez- humildad. Así se pueden recibir los dones y gracias del Espíritu Santo. Sin ultimidad es como si lleváramos aún un impermeable que hace que esas dones y gracias resbalen. Así, no somos permeables a ellos. (julio de 1991)

✓ La abnegación y la ultimidad están relacionadas, son las dos caras de la misma moneda. (3 de octubre de 1993)

    ✓ Una de las consecuencias de la ultimidad es no juzgar.

Otra es: hacer al otro lo que él espera (sí es bueno), ¡no lo que yo esperaría! (3 de octubre de 1991)

✓ Las cosas, si una vez usadas no se ponen en su sitio, al poco tiempo se produce el caos. Con las personas ocurre lo mismo. Pero éstas se guían por su libertad responsable y corresponsable (social), y en unión de caridad, no manipulada por la obediencia que empaña todo y deshace. Que cada uno libremente esté en su mejor sitio, que es la ultimidad y el servicio. ( 5 de abril de 1996, Viernes Santo)

En esta sesión se realiza un trabajo personal creativo.

Cada persona escoge una palabra de Cristo en cruz y expresa con barro algo sobre la ultimidad en relación con la palabra escogida.

Mas tarde compartimos a partir de nuestras creaciones.

Las 7 palabras de Cristo en cruz

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34)

«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43) «Mujer, ahí tienes a tu hijo». «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27) «Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado? ( Mt 27: 46) «Tengo sed» (Jn 19,28)

«Todo está cumplido» (Jn 19,30)

«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46)

******

El ministerio interior

El ministerio interior

(extracto del libro “Reviens à la vie! , de Simone Pacot, pg 200-203, traducido P.Lodder)

Cada uno, cada una tiene un color interior, una nota personal que es exclusivamente suya. Es parte de su identidad específica. Algunos tendrán una cualidad particular de escucha, de acogida, otros una alegría de vivir, una forma de afrontar la vida, de resurgir ante los acontecimientos de la vida, otros vivirán intensamente la presencia de Dios en cualquier lugar, transmitirán una paz profunda. …

Hay múltiples formas de ministerio interior, que no se enumeran en ninguna parte. Cada uno descubrirá el nombre de su ministerio, la forma particular que toma en él. Esta búsqueda que provoca una verdadera felicidad se experimenta en la vida en el Espíritu. Comenzamos abriendo nuestra búsqueda a la presencia de Cristo, le pedimos que se establezca en el corazón de este proceso. No olvidemos que es él quien nos invita a desplegar la vida del corazón.

Luego nos dejaremos guiar por el Espíritu a través de las preguntas que nos vamos a hacer. De hecho, a medida que profundizamos en nuestro ministerio interior, nos damos cuenta de que siempre revela un aspecto de Dios. El descubrimiento de un aspecto de Dios se convierte en su punto de certeza. Entonces somos responsables de profundizarlo en nosotros mismos y transmitirlo al mundo como un don, nuestro don específico. Siempre hay una Palabra de Dios que viene a confirmarnos, a alimentar el ministerio.

¿Cómo descubrir su ministerio interior? ¿Con qué aspecto de mí mismo me siento bien? ¿Qué es lo que busca desplegarse en mí? ¿Dónde siento que estoy dando toda mi medida? ¿Qué me dicen otras personas sobre mí? A menudo es gracias al otro que uno descubrirá su ministerio interior.

Hay que tener cuidado de no confundir ministerio interior con tarea exterior. El ministerio interior es una forma de ser, una nota interior. A menudo nace de una herida. Es bueno que alguien, en quien pueda confiar, revise su ministerio interior. De hecho, debemos tener cuidado de no caer en la ilusión.​

Una vez que hayamos descubierto nuestro ministerio interior, lo recibiremos de manos del Padre en una oración muy personal. Ahora es el momento de retirarse a su habitación, cerrar la puerta y rezar a su Padre que está allí en secreto (Mt 6,6).

“Acepto”, es una palabra muy precisa, de gran fuerza que confirma, enraíza el ministerio interior. «Acepto recibir el ministerio que creo que tú me das».

“Acepto” es una forma de sembrar en el Espíritu. A partir de ahí, el grano producirá el fruto de la vida, de la fecundidad.

Desplegar el propio ministerio requiere vigilancia y fidelidad: el acto se completa; el ser entra en el hacer. Recibes su nombre y eso es una verdadera dicha. Estamos llenos de savia. Vivir plenamente tu ministerio interior es una forma de ser la sal de la tierra.

*****

Vivir el presente

Para encontrar la paz, he de vivir el momento presente

(extraído del libro “Nueve días para recuperar la paz”, de Jacques Philippe, pg 77-85)

Invitación al recogimiento

Me sereno, me sitúo en el momento presente y respiro despacio. Con una actitud de fe, me pongo bajo la mirada de mi Padre del Cielo, que me ama con ternura. Estoy atento a la presencia de Dios dentro de mi corazón. Me recojo unos minutos.

Espíritu Santo, Tú que eres la luz, Tú que eres el consolador, ven a guiar mi oración de hoy. Hazme conocer la belleza y la hondura del amor divino. Ven e instaura en mi corazón la paz de Dios; y hazme capaz de transmitir esa paz a mi alrededor.

Meditación

La otra actitud que facilita la paz interior y que vamos a meditar consiste en “vivir el momento presente”.

Uno de los peores enemigos de la paz interior es esa tendencia que solemos tener a volver sobre el pasado, o a proyectarnos en el futuro. La mayoría de las veces eso genera muchas preocupaciones e inquietudes.

Si queremos recibir la paz de Dios, necesitamos en la medida de lo posible situarnos en el momento presente, confiar nuestro pasado a la misericordia infinita de Dios y dejar nuestro futuro en manos de su Providencia. Hacer lo que hay que hacer hoy, sin permitir que los reproches del pasado o los temores acerca del futuro pesen sobre nuestra vida.

No es cosa fácil. Nuestro espíritu es itinerante. En lugar de preocuparnos solo de lo que tenemos que hacer hoy y dedicarnos totalmente a ello, nuestro pensamiento y nuestra imaginación vuelven con frecuencia sobre el pasado o el futuro.

Está claro que de vez en cuando conviene volver sobre el pasado, para extraer lecciones de él y no volver a cometer determinados errores; para pedir o conceder un perdón que consideramos necesario; para confiar a Dios una antigua herida que aún no ha cicatrizado del todo. Pero sí es absolutamente necesario no rumiar nuestro propio pasado, ni atormentarnos con reproches y remordimientos.

Una vez que hemos pedido perdón a Dios de nuestras faltas, una vez que las hemos dejado en sus manos de Padre, no debemos volver sobre ellas: es más, hemos de estar seguros de que podrá sacar de ellas algún bien. Para Dios no hay nada imposible. Él puede obtener un bien hasta de nuestros errores.

El pasado, por lo tanto, importa muy poco: es fundamental dejarlo totalmente en las manos de Dios, decidirnos hoy a vivir y a amar confiadamente, y dedicarnos a hacer lo que nuestra vocación nos exige en el momento presente… Y volver así a empezar cada mañana con la misma esperanza.

Es bueno aprender a vivir los días de uno en uno, sobre todo en los momentos difíciles. Dedicarme a lo que tengo que hacer hoy, sin querer resolver todos los problemas de mi vida, sin pretender rehacer el pasado ni asegurar el futuro. El día de mañana se ocupará de sí mismo, dice el Evangelio.

Evitemos proyectarnos sobre el futuro, intentar imaginar cómo será y querer a toda costa programarlo en este o en aquel aspecto; o incluso pretender resolver por adelantado problemas que quizá nunca llegarán a presentarse.

No se trata de despreocuparse de todo, o de ser un irresponsable. A veces hay que pensar en el futuro para prepararlo. Pero sí debemos evitar a toda costa la inquietud y el miedo, la preocupación que nos ronda y que nos impide estar disponibles para lo que hemos de vivir hoy; estar presentes para Dios y para nosotros mismos y atentos a los demás. “Hay que estar ocupado, pero no preocupado”, decía el P. Kolbe. El amor y la caridad saldrán ganando.

La Gracia que pedimos

Vuelvo a dejar todo mi pasado en las manos de Dios, confiando en que Él puede obtener un bien de todo. Le confío mi futuro y le pido la gracia de hacer bien hoy lo que tenga que hacer.

Luces de un testigo

“Fíjate solo en el momento presente y preocúpate solo por Él, contemplándolo dentro de su amor infinito pro ti y recibiéndolo siempre tal y como es, con con fianza y paz”. P. MARIE-ÉTIENNE VAYSSIÈRE

«Mi pasado, Señor, lo confío a tu misericordia. El presente, a tu Amor. Mi futuro a tu Providencia ”. PADRE PÍO

Texto para la meditación

(Mateo 6,31-34)

Por tanto, no os preocupéis, diciendo: ¿“Qué comeremos?” o ¿qué beberemos?” o “¿con qué nos vestiremos? Porque los gentiles buscan ansiosamente todas esas cosas; que vuestro Padre celestial sabe que necesitáis todas esas cosas. Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará a sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas.

Preguntas para el diálogo:

– ¿Qué me ha gustado más?
– ¿Qué me parece lo más importante?
– ¿Qué relación puedo hacer con mi experiencia personal?

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