Domingo IV del tiempo ordinario // Lc 4, 21-30

Admirados con Jesús por su enseñanza y su sabiduría, sus conocidos de la Sinagoga de Nazaret se enfurecen porque Jesús les hace ver su dureza de corazón, y lo quieren despeñar.

Un maestro, un amigo, quien nos ama verdaderamente nos muestra el camino, nos cuida cuando más lo necesitamos.  En ocasiones nos muestra nuestros desaciertos, nos ofrece algunos límites, nos abre nuevas puertas, nos quiere de nuevo a su lado. 

En realidad, podríamos alegrarnos con la viuda de Sarepta o con Naamán el Sirio, pues sin merecerlo hemos sido salvados.

El Espíritu del Señor nos ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres, nos ha enviado a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a anunciar el año favorable del Señor

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