Domingo V de cuaresma // Jn 8,1-11

Hoy sale a nuestro encuentro un bello y conocido texto del evangelio de Juan.

Se inicia el texto explicando que Jesús se había retirado a orar al Monte de los Olivos. Allí, en presencia del Padre, va entrando en sus entrañas y va saboreando lo que es ser Hijo amado. En sus largos tiempos de oración, va consolidando su misión de amar, perdonar, sanar y liberar.

Jesús después se dirige al templo y empieza a predicar. Y llegan los escribas y fariseos y le presentan a una mujer que ha sido sorprendida en adulterio, un pecado que era considerado muy grave para el pueblo judío y cuyo castigo era la muerte. A nuestros ojos de siglo XXI, nos parece que la mujer es una doble víctima: víctima de la ley de su momento, que la condenaba a morir, y víctima de la utilización que hacen de ella los escribas y fariseos, usándola como cebo para poder comprometer y acusar a Jesús.

En aquel momento no les importa tanto la mujer, sino más bien les importa poner a Jesús entre las cuerdas para poderlo prender. Él sabe que si responde a favor de la ley, la mujer morirá y que si responde a favor de la misericordia, será tenido por contrario a la ley y, por tanto, será acusado y detenido. Pero él actúa con serenidad, se da tiempo para responder y ante la insistencia de los acusadores, finalmente sentencia: «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra».

Me he preguntado muchas veces cómo sería su tono de voz, su mirada, sus gestos… para producir el milagro. Y es que aquellos hombres, que ya llevaban las piedras en las manos y estaban a punto de arrojarlas contra la mujer, se van retirando, uno tras otro, empezando por los más ancianos, los que tienen más experiencia de vida y por ello, supuestamente, se conocen más. Jesús les ha invitado a revisar su vida, a contrastarla ante Dios y en un ejercicio de sinceridad reconocen su propia culpa.

Al final del texto, cuando ya han ido desfilando todos, Jesús le dice «tampoco yo te condeno, vete y en adelante no peques más». Jesús no condena a la mujer, la libera. Jesús le salva la vida, pero no solo eso, acoge su debilidad, la mira con mirada de perdón, de misericordia. Le devuelve su dignidad y le invita a un nuevo impulso vital, a un cambio de vida.

La mirada de Jesús a la mujer, me hace pensar en un pequeño fragmento de la carta a un ministro de san Francisco de Asís, que dice así: «que no haya hermano alguno en el mundo que haya pecado todo cuanto haya podido pecar, que, después que haya visto tus ojos, se marche jamás sin tu misericordia». Cómo nos cuesta tener esta mirada de misericordia, a nosotros que nos erigimos muchas veces en jueces, olvidando que también erramos. Aceptar que somos pecadores y que necesitamos el perdón y la misericordia, nos hace más tolerantes y amables con los fallos de los demás.

Agradezco hoy de manera especial las veces que he sentido en mi interior este «vete y no peques más», las veces que ante mis errores y pecados he sentido esta mirada amorosa y este perdón liberador que me han impulsado a soltar ataduras y caminar con más alegría y esperanza por la vida.

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