Podríamos pensar que después de algunos años de vida terrenal Jesús vuelve al Padre. Pero en realidad Jesús nunca ha estado apartado de él. Los evangelios, y especialmente el de Juan, revelan claramente la íntima unión entre Jesús y el Padre, origen y fuente de su razón de ser.
El fragmento de hoy, como tantos otros, es una catequesis para nuestra vida de fe. Si llevamos una vida acorde con el mensaje evangélico, en el momento de nuestra muerte física no deberíamos pensar que vamos al Padre, sino que continuaremos gozando de su presencia, aunque, ahora sí, con total plenitud y gozo. Habremos llegado al término de nuestro camino.
Nos dice Lucas que los discípulos volvieron a Jerusalén llenos de una gran alegría, aun sabiendo que ya no volverían a ver a su maestro. Jesús les enviaría el Espíritu que el Padre les había prometido. ¿No es esta una buena razón para vivir con alegría y esperanza?
Y nosotros, ¿vivimos también con alegría y esperanza sabiéndonos habitados por el mismo Espíritu de Dios y anhelando gozar de la plenitud de Dios Padre?