Domingo IV de Pascua // Jn 10,27-30

Reina-Valera 1960

Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,  y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.  Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.  Yo y el Padre uno somos.

Amado mío, tú entregaste la vida por mí y mi único deseo es entregarte mí vida siendo los dos, uno.

Tú eres mi pastor y contigo nada me falta, me das seguridad y haces que no tenga miedo, miedo a caminar por tus caminos en esta vida que me toca vivir, me llenas de vida y tu paz y tu alegría me invaden.

Amado mío, tú me conoces mejor que yo misma y sabes perfectamente cuando me descarrió y sales a mi encuentro, es por eso, que no temo, porque tú estás ahí siempre, en mí, y cuando dices mi nombre te reconozco y vuelvo a renovar mi deseo a volver a ti.

Gracias amado mío por amarme tanto.

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