Parece que el rico Epulón se lo pasaba en grande con grandes banquetes y fiestas cada día y, cada día también, el pobre Lázaro malvivía su miseria. Epulón ignorando a Lázaro y este suplicándole un poco de compasión. Posiblemente ni el uno ni el otro había hecho ningún mérito para recibir lo que el destino les había reservado.
Este evangelio, como tantos otros, es un recordatorio para revisar el propio estilo de vida.
En primer lugar, esta narración nos habla de las abismales e injustas desigualdades en que vivimos los humanos y que es fuente de casi todo el mal que hay en el mundo. La historia universal es un compendio de ello.
También nos habla de la indiferencia con que tratamos a los que en la vida han tenido peor suerte que la nuestra. Nos cuesta ‘ablandar’ nuestro corazón y sentir compasión por quienes requieren nuestra atención.
El movimiento ecologista universal tiene un lema: There is not a planet B. No hay un planeta B para vivir. O cuidamos este que tenemos o lo convertiremos en un lugar inhabitable. Pues de la misma manera, y desde hace muchos siglos, el Dios del Antiguo Testamento y mucho más explícitamente Jesús en los evangelios nos recuerda que no hay alternativa al amor compasivo. Si no aprendemos a vivir con y para los demás la vida de todos se convertirá en un infierno.
¿Por qué nos cuesta tanto aprender de los errores del pasado? ¿Por qué no hacemos caso de tantas y tantas personas que con su testimonio de vida han mostrado que es posible un mundo más humano si, tan solo, ayudamos ‘un poquito’ a quién lo necesita? No nos faltan ejemplos ni ocasiones para ponerlo en práctica.
Necesitamos muchos ratos de reflexión y plegaria para convertir nuestro corazón de piedra, como suplicaba el profeta Ezequiel, en un corazón de carne, apto para amar.