Domingo XXVII del tiempo ordinario // Lc 17, 5-10

Jesús nos llama a la grandeza escondida en algo pequeño (grano de mostaza). Nosotros somos pequeños y Dios nos da el poder de hacer las cosas grandes.

Muchas veces hemos creído que el que duda, el que es crítico, es porque no tiene una fe grande y firme. No es una cuestión de quien tiene más fe, de quien tiene una fe más firme, más grande, sino de quien tiene una fe viva y activa capaz de transformar, de cambiar lo inamovible. Jesús pone el ejemplo del tamaño de un grano de mostaza, si nuestra fe fuera tan solo de ese tamaño pero está viva y activa es suficiente para transformar el mundo.

Los niños tienen una fe sencilla e ingenua. A medida que llegamos a la adultez siempre tendremos momentos de crisis, de dudas, de cuestionarnos todo aquello que nos enseñaron de pequeños. Un cristiano puede ser crítico y profundamente creyente a la vez.

Dios nos ha creado con capacidad de pensar, de preguntar, de investigar para que podamos vivir con más profundidad. ¿Qué sentido tendría que Dios nos pidiera una fe acrítica y sin reflexión?

 ¿Es nuestra fe solo una actividad de nuestra mente o la tenemos viva y activa en nuestras vidas para hacer la vida de los demás más digna y más humana?

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