Domingo XXXII del tiempo ordinario // Lc 20,27-38

Debo confesar que esto de creer en la Resurrección a menudo no me resulta tan fácil como parece. Claro que, cuando estaba en la catequesis de confirmación y los catequistas nos hicieron reflexionar sobre la santidad también me pareció algo muy ajeno a mí, hasta que me di cuenta que “solo” se trataba de aprender a amar y dejarse amar

A veces, hay algunas palabras que nos imponen, que se nos hacen lejanas, o que hay épocas en las que nos cuesta llegar a comprenderlas con profundidad e incorporarlas en nuestra cotidianeidad como si de algo connatural a nuestro ser tratara.

¿Qué es la Resurrección?

No me atrevería a balbucear ni tan solo una palabra ante este misterio, aunque si es cierto que hay vivencias a lo largo de la vida que revelan destellos de lo que uno imagina que puede ser ese vivir resucitado. Quizá momentos en los que percibimos la unidad profunda con el otro, desde la caridad.

Recuerdo un canto que a menudo cantamos en el Santuario de Santa Eulalia y que deseo que siga siendo una de las raíces de nuestro grupo en el deseo de vivir resucitada mente.

Y dice así:

Pare et demanem: fes que siguem ú,
Padre te pedimos: haz que seamos uno,
que el món conegui que has donat el teu Fill,
que el mundo conozca que has dado tu Hijo,
fes que siguem ú.

Haz que seamos uno.
¡Feliz domingo a cada uno!

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