Domingo III de adviento // Mt 11, 2–11

COMENTARIO AL EVANGELIO Mt 11, 2–11. TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (Gaudete o de la alegría)

En este tercer domingo de adviento la Iglesia nos invita a alegrarnos por la cercanía del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios.

El domingo pasado Juan el Bautista nos había dicho que tras él viene uno que es más fuerte que él y al cual no merece ni llevarle las sandalias. También es pertinente destacar que Juan es protagonista en este domingo porque Él profetizó la llegada del Mesías, y ahora que Jesús comienza su misión, él se encuentra preso cuando no lo ha visto pero ha oído hablar de Él, por eso envía a sus discípulos a preguntarle si es él “el que ha de venir” o si ha de seguir esperando. Jesús contesta, pero no con un SÍ, sino con una invitación a contemplar lo que la gente vive tras un encuentro personal con Él: “los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados”. Quizás estos signos del Reino no son los que habitualmente los seres humanos esperarían de un Dios todo Poderoso y Libertador, por eso Jesús añade a reglón seguido “Bienaventurado el que no se escandalice de mí”. Pues la opción de Dios es otra: los pequeños, los pobres, los débiles, los enfermos, las personas mayores, los emigrantes, los olvidados, todos aquellos que para la sociedad no cuentan y que olvidándose de ellos la propia sociedad se deshumaniza y autodestruye.

La presencia de Dios en medio de la Humanidad es el retroceso del mal, es la humanización del ser humano que se abre al misterio del otro y al misterio de Dios. Esta respuesta que dio Jesús a los discípulos de Juan es la respuesta que sigue dando Jesús a todos aquellos que lo interpelan: Creyentes y no creyentes. El Reino que Jesús anunció, y al que se dedicó durante su vida pública, tiene esas connotaciones particulares como nos describe la primera lectura.

Jesús termina con un elogio a Juan el Bautista, el profeta que anuncia el juicio que destruye el mal -como buen apocalíptico-, “el mayor hombre que nació de mujer”, pero con el matiz de que “el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”. Pues aquellos que trabajan por el Reino y son del Reino proponen remedios. No solo se han de detectar los problemas y las crisis -como los apocalípticos-, sino que se han de proponer soluciones para ofrecer a la Humanidad propuestas de salvación.

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