Domingo III de Pascua // Lc 24,13-35

El evangelio de los discípulos de Emaús que contemplamos este domingo, solo lo encontramos ampliamente narrado en Lucas. En Marcos tan solo dos frases breves hacen referencia a este episodio (Mc 16,12-13).

Este evangelio nos acerca a dos de los discípulos que, tras la muerte de Jesús, se alejan de Jerusalén, de la comunidad, entristecidos. Nos los imaginamos decepcionados, con sentimiento de frustración y de fracaso.

Jesús toma la iniciativa y se acerca a los discípulos, les pregunta por lo ocurrido; él, que lo sabe mejor que nadie porque lo ha vivido en primera persona, deja que hablen, que se desahoguen, que aboquen su decepción. Y Jesús acoge todo ello, les escucha atentamente, y después les va abriendo la mente, les invita a recordar (volver a pasar por el corazón) las Escrituras, se queda con ellos, toma el pan, lo parte y lo reparte… un gesto conocido, un gesto que les hace descubrir la presencia de su amigo vivo ya para siempre.

Los discípulos se vuelven a Jerusalén, a la comunidad. Qué importante es regresar siempre, una y otra vez a la comunidad, a nuestras comunidades, a nuestros grupos… donde compartir nuestras experiencias de fe.

Ya no tienen dudas, han visto a Jesús Resucitado. Aunque fuera es ya de noche, en su interior brilla de nuevo la luz de la fe y de la esperanza.

De los dos discípulos de Emaús solo sabemos el nombre de uno de ellos: Cleofás. ¿Quién sería el otro o la otra? El evangelio no nos lo dice. Podemos interpretarlo como una invitación a cada uno de nosotros para ser este discípulo anónimo. Podemos situarnos en el camino e imaginarnos cómo Jesús se nos hace el encontradizo, pregunta por lo que se mueve en nuestro interior, nos escucha, nos habla con palabras salvíficas, comparte el pan, su ser con nosotros y hace que arda nuestro corazón y nos llenemos de gozo.

Me interpela la súplica del “Quédate con nosotros”. Cuando la pronuncian los discípulos aún no saben que aquel caminante es Jesús Resucitado, pero igualmente sienten que aquel hombre les vivifica. Hagamos nuestra esta súplica y pidámosle siempre al Resucitado: “quédate con nosotros”, seguros de que él nos da vida y nos llena de gozo interior.

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