Domingo VI de Pascua // Jn 14,15-21

Comentario al evangelio del sexto domingo de pascua (Jn 14, 15 – 21)

El evangelio de este domingo está dentro de lo que se conoce como el discurso de despedida, donde los discípulos de Jesús quedan tristes y con temor -como leíamos hace dos domingos-, porque Jesús les informa que marcha a la casa del Padre. Pero a la vez, Jesús los consuela con una serie de afirmaciones, tales como: voy a prepararles unas instancias en casa de mi Padre, ustedes conocen el camino, etc. Es en este contexto que hemos de enmarcar el evangelio de este sexto domingo de pascua, ya casi víspera de la ascensión. En el texto vemos como Jesús nos recuerda el precepto del amor y nos dice que si lo guardamos Él pedirá al Padre que nos dé otro defensor: “el espíritu de la verdad”.

En el mundo semita la verdad no coincide con la idea de verdad del mundo helénico y occidental. Para la cultura occidental el término verdad es mucho más conceptual e ideológico, y nos puede llevar a confundir este espíritu de verdad con la asimilación de una doctrina desencarnada sobre Dios, o pensar que somos los propietarios de la verdad haciéndonos caer en fundamentalismos, o que poseemos el título de guardianes de la verdad. Por el contrario, la verdad en la cultura semita, especialmente en el mundo bíblico, es una realidad que se lleva a término, que se practica, que se pone por obras. En este sentido, el amor del Padre, manifestado en la persona de Jesús, esa es la verdad que nosotros conocemos porque vive en nosotros -como nos dice el evangelio-; y esa es la verdad que nosotros tenemos que realizar. Pues el que ama al Hijo es aquel que cumple sus mandamientos y los guarda haciendo presente el amor de Dios Padre en medio de este mundo, contribuyendo a así a construir una sociedad liberada de toda acción esclavizadora y destructora del ser humano.  

Ese espíritu que el Padre nos da para que nos defienda, es el que nos ayuda a ir construyendo ese reino de amor, de solidaridad, de misericordia, de perdón, donde todos cabemos y nadie sobra. Y de igual modo es el espíritu que también nos empuja a seguir trabajando por aquella realidad que Alfredo nos mostró, la cual forma parte de ese reino ya presente aquí en medio de nosotros. Pues si amamos a Dios y, por tanto, lo hacemos palpable en los que nos rodean, dejándonos amar por el Padre y el Hijo, Él se revelará en nosotros para el bien de su creación.

Que nuestra madre María nos ayude a dejarnos guiar por el espíritu de la verdad.

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