Domingo XXVIII del tiempo ordinario // Mt 22,1-14

Me gusta este relato del evangelio. Mucho se ha dicho y se sigue diciendo sobre esta hermosa parábola. ¡Qué bien! Esto revela que la Palabra de Dios está viva y que nos vivifica a lo largo de nuestra existencia, aportando cada día luces nuevas.

Un rey celebra la boda de su hijo, pero ¿qué pasa con los invitados? No quieren ir… El rey lanza de nuevo a la invitación, pero estos no hacen caso. Se marchan, uno a sus tierras, otros a sus negocios. ¡Oh! ¡Si sólo fuera eso! Es que además hay invitados que agarran a los mensajeros del rey, los maltratan y los matan.

El rey ofrece de nuevo la invitación, les dice a sus mensajeros: “id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis llamadlos a la boda”. Y la parábola dice que el banquete se llenó de comensales. Bella imagen del Reino de Dios, festín al que están convidados todos los pueblos de la tierra. Todos invitados a vivir en amistad, fraternidad y comunión.

Los que rechazan la invitación tenían otras prioridades, ir a “sus” tierras, “sus” negocios. Estamos invitados a vivir el Reino de Dios que es banquete-fiesta. Ahí con otros se celebra, se comparte. Ahí donde amamos y somos amados. Ahí donde el amor de Dios nos precede, nos envuelve y nos impulsa a vivir la fiesta del amor compartido.

Hoy celebramos a Santa Teresa de Jesús. De su mano podemos ahondar en la riqueza de la oración, que para ella es “tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. (Libro de la Vida, 8,5).

María de Jesús Chávez-Camacho Pedraza

Pineda de Mar (Barcelona)

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