
Si, en ocasiones, perdemos la perspectiva, la necesidad y la esperanza de encontrarle, de encontrarnos, hemos de procurar encender nuevamente la lumbre, pues el amor nos hace entender que la promesa está hecha y es eterna: «no sé apagará la mecha humeante, ni se quebrará la caña casacada» (Is 42, 3). Intuir dónde está ese amor es fundamental para volver a animar el fuego de la caridad y de la misericordia, para volver a escuchar la voz que nos dice ¡salir, salir a recibirle!
Soledad Mateluna