Riada

Itinerario I*

Imaginemos una inundación que anega y pone en grave peligro a muchas personas y que origina luego una riada que arrastra a la mayoría de las gentes produciendo angustia, a los que la contemplan desde los bordes, como a ellos mismos, pues no saben cuál será su fin. Hacia qué cascadas, qué precipicios, en qué mares tumultuosos se despeñarán.

Los cristianos han de ser pescadores de Hombres. Tender la mano, lanzar cuerdas para que puedan agarrarse los que desean salir de la inundación o riada. Aquéllos tienen que arriesgarse a ir incluso en barca por esa desatada corriente, para subir a los que lo anhelen.

En cualquier catástrofe, el ver no lejos una bandera de la Cruz Roja al borde de la riada, da esperanza a los que son arrastrados por ella y les infunde aliento para acercarse al lugar donde está enclavada, y así poder ser socorridos. Igual ocurre aquí: los que son arrastrados por los remolinos del mundo causados por todos los pecados de soberbia, egoísmo, envidias, odios, violencias, injusticias, traiciones, etc., y ven la bandera de Paz y Alegría —¡el amor da paz y alegría y éstas, a su vez, amor!— esto les despierta la conciencia de su trágica situación y el impaciente deseo de dejarse rescatar, y harán lo posible para acercarse a quienes puedan prestarles una ayuda salvadora.

Pero a veces, al tenderles la mano para que se agarren a ella, puede ocurrir:

a) que les arrastre tan violentamente el agua tumultuosa que se los lleve de nuevo, o

b) que tengan tan grasosa y sucia su piel, que se escurran cayendo otra vez en la corriente.

¿Cuáles son, pues, las condiciones mínimas para que puedan agarrarse eficazmente?
Dos:

1) que quieran dejar de ser frívolos, y

2) más aún, no amar el mal, o sea, desencantarse del mundo.

Recordemos la frase de Pedro Llaurens** —testamento—: «Nada hay más contrario al gozo y a la alegría verdaderos que la frivolidad». Ese no tomarse en serio la existencia de las cosas, ni la de los otros, ni la propia, es quitarle —robarle— importancia a la creación de Dios.

La seriedad no es lo opuesto a la alegría. Lo opuesto a ésta es la tristeza. Más aún, sin seriedad —tomarse en serio todo— es imposible que haya auténtica alegría, pues lo que pudiera parecer que hubiera de ésta en una persona, si persiste la frivolidad, esa alegría quedaría a su vez frivolizada, con lo cual pronto resultaría destruida.

La frivolidad es, pues, como una gelatina que al recubrir la piel impediría salvar a la persona, que seguiría yendo riada abajo. Y si a pesar de ello se lograra sacarla y depositarla en la ribera, de poco le aprovecharía, pues, ande lo que anduviere en cualquier dirección, seguiría frivolizándolo todo y por ello haciéndolo ineficaz e intranscendente. Lo peor, acaso con su contacto gelatinizado podría ir frivolizando a otros que empezaron a dejarse salvar seriamente y con responsabilidad.

El frívolo, por serlo, es incapaz de todo sentido responsable. Ahoga la propia libertad. Sin ejercicio libre y responsable, como condición, no hay salvación. El frívolo, aún antes de ahogarse definitivamente en la corriente, ya está ahogado en su propia corriente interior de frivolidad.

La otra condición es el desencanto del mundo, o sea, no amar el mal. Éste es el pecado contra el Espíritu Santo frente al cual —respetando el existir y la libertad del otro nada podemos hacer nosotros. Son personas que no quieren ser salvades porque aman esa riada mundana: les «encanta». Esto es aún peor que el odio. El que odia, odia lo  que antes amó y se cree no correspondido debidamente y por eso odia. A éstos, a fuerza de amarles, se les puede curar, pueden arrepentirse y ser perdonados. El que odia, en el fondo tiene hambre de amor. Pero los que aman el mal creen estar saciados y, mientras no se desencanten de ese amor maléfico, que nunca podrá saciar su ser aunque se lo crean, no hay modo de salvarlos. Harán lo posible para mantenerse en el centro de la riada, allí donde, por ser más veloz la corriente, se rechaza fàcilment todo intento de salvarles.

Pero aquellos que estén desencantados de la riqueza, del poder y la gloria***, y no quieran seguir siendo frívolos, ¡estén dichosos!, pues serán rescatados de ese río devastador de lodo y puestos amorosamente a salvo en la orilla. Podrán ser catecúmenos del Itinerario.


* Itinerario I
** Sacerdote de las diócesis de Ibiza y Castelló. (1934-1983).
*** cfr. Mt 4, 1-11.

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