La ‘humildad óntica’ en la prevención y solución de conflictos 1/2

Introducción

El esfuerzo de las ciencias para suscitar una cultura más pacífica y armoniosa supone el concurso de varias de ellas en una visión interdisciplinar. Para comprender la compleja conducta humana no puede recurrirse a simplificaciones o a visiones unilaterales de los fenómenos. De ahí la importancia del diálogo entre las diversas ciencias y el valor de una paciente puesta en común sobre el significado de los términos propios de cada una. En este marco es en el que se inscriben estas líneas, que desean ilustrar uno de los muchos aspectos que inciden en la conducta humana.

¿De dónde surgen los conflictos entre las personas, entre los grupos? Habrá quien los explique a través de la genética, otros por los niveles químicos presentes en el sistema nervioso, otros más a través de la estructura interna del sistema límbico cerebral. Muchos utilizan como modelo de las pulsiones agresivas humanas, aquéllas que comparte con los animales por la posesión de un territorio, el alimento o la conquista de una pareja. Otros dirán que se trata de respuestas ante provocaciones del ambiente, tales como estrechez en el hábitat, insatisfacción de las necesidades básicas o respuesta a la violencia institucional. Y así un largo etcétera.

También la filosofía, ya desde sus albores, ha intentado dar respuesta a las inquietantes preguntas: ¿De dónde surgen los conflictos y las luchas entre los seres humanos? ¿Podrán algún día las sociedades vivir en paz? ¿Es posible prevenir eficazmente los conflictos? Entre autores como Rousseau o Nietszche, Hegel, Sartre o Mounier e innumerables más, podemos encontrar fundamentos para el optimismo, la esperanza, el escepticismo, el pesimismo o el nihilismo ante el fenómeno de la violencia humana.

Este pequeño ensayo intenta presentar la aportación de un autor barcelonés contemporáneo, el Dr. Alfredo Rubio de Castarlenas, al conjunto de esfuerzos por comprender algunas raíces del conflicto humano, ya que ofrece herramientas fundamentales para una cultura de paz. Se trata de una aportación que el autor dialogó y contrastó, a lo largo de varias décadas, con catedráticos y estudiosos de diversas disciplinas en su Barcelona natal, en Madrid, Salamanca y en casi todo el territorio español; en Italia, Suiza, México, Chile, Colombia, República Dominicana, China, Japón, Estados Unidos, etc., con el objeto de lograr formulaciones más pulidas y claras, que se enriquecieran a su vez con las preguntas y las respuestas de la ciencia de su tiempo.

I.Premisas

El radical límite humano

Rubio toma como punto de partida para toda su propuesta, una evidencia: «Soy algo que antes no era. Que empezó a ser. Que ahora está siendo». Y se da cuenta de algo que configura radicalmente su postura ante la vida: «Antes de mi engendramiento, en efecto, si algunas cosas (aunque pudieran parecer irrelevantes) hubieran ocurrido distintamente de como en realidad acontecieron, habrían impedido las condiciones precisas para que empezara a existir ese algo que sería yo. ¡Cualquier hecho por nimio que fuera! Que mi padre hubiera declinado, por apetecerle más ir a otro sitio, la invitación a la fiesta donde se le cruzó por primera vez mi madre… O luego hubieran fijado la boda un tiempo más tarde…; o después, aquel día, porque se hubieran enfurruñado, no hubieran hecho el amor… Cuando pienso –siento– que ciertamente podía yo no haber existido, un estremecimiento implacentero recorre la médula de mi ser. Y casi a la vez, en una oleada contraria, gozo la exultante alegría de ser, de existir…» (A. Rubio: 22 historias de realismo existencial, Edimurtra, Barcelona 1981, p. 22).

Esta conciencia de «existir pudiendo no haber existido nunca» se hace particularmente palpable para el hombre moderno tras la invención del microscopio: se ha descubierto que cada ser humano es fruto de dos células concretas, el espermatozoide y el óvulo, cada una de las cuales aporta la mitad de los cromosomas del nuevo individuo, cuyo código genético es único e irrepetible. De no haberse unido precisamente esas dos células, tal individuo no habría existido nunca.

Rubio ve, pues, la evidencia del límite radical en su origen: empezó a existir y podía no haber existido. Lo primero que surge es la sorpresa y, tras ella, viene de inmediato la alegría, el gozo de existir. El autor es consciente también de su límite por el final: «Un día –¿una noche?– sé que cesará este vivir. Lo recuerdo siempre, pero no me importa. Vivo». Es decir: ante tal panorama de «levedad» de su ser (como diría Kundera), Rubio no sólo no se entristece, sino que se sorprende y «goza la exultante alegría de ser, de existir». Está contento de ser quien es y como es, limitado, comprendiendo que se trata de su única posibilidad de existir en el universo.

Al abrazar su existencia concreta, Rubio se hace heredero de los hallazgos del existencialismo, que aportó la valoración del ser existente más que la idea. Pero se distancia de él en el hecho de que asume con alegría su ser concreto, con sus límites y potencialidades. No añora la absolutez del ser; sabe que no será para siempre, y aunque no cierra la puerta a una posible trascendencia, sabe bien que con sus solas fuerzas no la alcanzará. Aquí viene lo que él llama «humildad óntica”.

Humildad óntica

Se trata de la aceptación alegre de ser uno mismo quien es y como es: con límites no sólo por su principio y por su final, sino por el modo de vivir y por las propias capacidades: uno envejece, es enfermable, su inteligencia también tiene límites –incluso como colectivo, la inteligencia humana presente y en sus hallazgos acumulados a lo largo de la Historia, es limitada. Uno es fruto de otros seres humanos igualmente limitados, con virtudes y defectos; proviene de una historia polivalente en la que hay grandes logros y también sufrimientos y guerras; sus proyectos pueden cumplirse, o bien verse truncados por el devenir de acontecimientos que no domina; está acompañado en el mundo por unos contemporáneos asimismo limitados, que no escogió ni lo escogieron como compañero de viaje.

La humildad óntica va, pues, más allá de la humildad en su acepción psicológica o religiosa. Podría decirse que es una forma básica de la humildad, y por ello está en estrecha relación con esas otras dos, con las que podría compartir la formulación de Teresa de Ávila: «La humildad es la verdad». En este caso se trata de aceptar, con todas sus consecuencias, las reales condiciones de nuestro modo de existir en el universo.

La persona humilde óntica deja de desperdiciar energía y tiempo en desear ser algo que no es, o en lamentarse por aquellos aspectos de su vida que no podrá cambiar jamás, tales como su origen, la historia anterior a ella o las coordenadas en las que nació. En cambio, reconciliada con su realidad, es más proclive a la contemplación de la belleza, está en capacidad de desarrollar más armoniosamente sus reales potencialidades y puede abrirse a la amistad y la colaboración con sus contemporáneos para mejorar el mundo, paliando las consecuencias negativas de los acontecimientos históricos que dieron lugar a su existencia. Comprende su ser en clave de «gratuidad», pues ve que no hizo nada para existir y no puede hacer nada para prolongar su vida infinitamente. Y además, la persona sana en su ser nota cómo está hermanada con los demás seres humanos que la rodean. Sus contemporáneos son fruto de la misma ola histórica, y se percata de esa fraternidad básica de la existencia: nadie pidió existir, todos estamos aquí pudiendo no haber existido.

Como síntesis, realzaría dos aspectos que se destacan en la humildad óntica:

  • La serena –e incluso alegre– aceptación de la muerte, pues «sólo los que no existen, no mueren». Si muero, quiere decir que existo.
  • La humildad de la razón. La maravillosa capacidad humana de comprender, de analizar, de conocer, ha sido ocasión de innumerables bienes y también de grandes estropicios. Rubio promueve sin duda el ejercicio amplio y gozoso de la razón, espléndida en su despliegue para comprender el cosmos y al hombre mismo. Eso sí, recordando que la razón es también limitada. No puede suponerse que es un destello de omnisciencia. Asumida y ejercitada en su real dimensión, es más fácilmente factor de crecimiento y verdadero avance para la humanidad.

Leticia Soberón. Psicóloga

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