Cerebral

Foto de Dmitry Ratushny en Unsplash

¡Cuánta gente lleva gafas hoy día! porque, a base de repetidos yerros, sabemos que nuestros ojos no captan con exactitud la realidad. En cambio, cuán reacios somos a admitir que la razón humana es limitada -como todo lo humano-, y que por ello, tiene abundantes probabilidades de equivocarse cuando razona, deduce, concluye, etc.

La mayoría de nosotros estamos convencidos de que, si lanzamos el balón de baloncesto hacia el aro del tablero, o la bola en la bolera o la petanca, erraremos las más de las veces. ¡Y eso, a pesar de que nuestros brazos están guiados por nuestro cerebro! Pero es que ni ellos ni él son absolutamente perfectos y precisos. Y cuando “lanzamos” afirmaciones, opiniones, aseveraciones, etc., ¿podemos suponer que siempre, todas ellas, son exactas y precisas, y que todas dan en la diana? ¿No nos equivocamos nunca?

La tendencia, tan extendida, a absolutizar las propias afirmaciones, ¡cuántos conflictos, desavenencias, agravios y sufrimientos, inútiles y evitables, ha producido! En la sociedad actual, abocados a la época posterior a la Modernidad, es conveniente nos concienciemos de la exacta medida de nuestra razón. Cuando absolutizamos la propia, estamos metiendo a los demás a nuestro pensar y, así, provocamos contienda a nuestro alrededor. Para convivir mejor en paz y alegría, es vital entrenarnos a dudar, a relativizar, a no estar totalmente seguros de acertar siempre, como no lo están el jugador de baloncesto o el de los bolos. Por otra parte, desabsolutizar nuestra inteligencia y los resultados de ella, posibilita el escuchar, el compartir la verdad, lo cual es fuente de sabiduría.

Juan Miguel González-Feria

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