Fugacidad

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Hemos nacido y vamos a morir. Sabemos lo primero y quisiéramos olvidar lo segundo. Entre ambos acontecimientos, lo vivimos todo. Y en este «todo» está lo mejor y también lo peor: el sufrimiento, las pérdidas, las crisis y la enfermedad son parte del paisaje de la vida que preferimos olvidar o esconder. Seguro que alguna vez has visto una estrella fugaz y no te ha dado tiempo de pedir un deseo. La vida pasa rápido. Esta flecha, que alguien lanzó cuando nacimos, cada vez se acerca más a la diana, a su destino final. Tal vez sigue con un impulso fuerte o, tal vez, haya iniciado su parábola final. La sensación de bajada, de caída, o de algo que se encuentra en su fase final nos plantea la muerte como destino. Pero no, no somos flechas, porque las flechas que lanza el arquero siguen el sentido inicial. Somos seres que podemos decidir y cambiar el curso de la existencia y, por lo tanto, cambiar, también, el curso de la vida en nuestro planeta. Somos humanos, dueños de nuestra voluntad, conscientes, creadores y responsables. Frágiles, sí. Vulnerables, sí. Pero el reconocimiento de esta fragilidad y esta vulnerabilidad nos hace especialmente fuertes. Y es el trampolín para hacer grandes cosas. La consciencia de la mortalidad nos da un gran valor. Pasa rápida la vida… Nos han hecho creer que somos inmortales y vivimos ausentes, pensando que ya tendremos tiempo de hacer lo que deseamos, de ser quienes podemos llegar a ser y de vivir como deseamos desde lo más profundo de nuestro ser. Si fuéramos conscientes de la fugacidad, despertaríamos y nos daríamos cuenta del gran valor del tiempo y de que vale la pena invertirlo con inteligencia. «Lo fugaz» nos conecta a la pérdida de este «algo brillante» que estamos viviendo y que sabemos tendrá un rápido final. Y asumirlo duele porque nos gustaría que todo lo bueno durara para siempre. Es difícil aceptar la mortalidad, el hecho de que somos pequeñas y fugaces chispas de luz que solo durarán unos años dentro de los eones de vida del universo. Y, a pesar de todo, ahí reside nuestra posibilidad de brillar, de dar luz y sentido a esta frágil existencia que se llama «mi vida».

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