En aquél tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía:
“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”.
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y, una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutíais por el camino?”.
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
“Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y dijo:
“El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.
Jesús anunciaba nuevamente a sus discípulos que iba a ser entregado a los judíos y que lo matarían, aunque al tercer día resucitaría. Ellos no entendían esto que Jesús les decía porque tenían en la cabeza que el poder de Jesús era muy grande como para que pudiera ser esto. Y, además, no querían preguntarle por miedo.
Por el camino van hablando, y Jesús, cuando llegan a Cafarnaúm, en la casa de la comunidad, es cuando les pregunta qué hablaban por el camino. Ya Jesús sabía que seguro era de grandezas, de ser los primeros cuando llegase su triunfo. Y Él, tomando a un niño, que es quien no tiene poder, quien no se puede defender, dependiente de los mayores, necesitado. Les dice que, si acogen a los pequeños, a los pobres, a los desamparados, a los enfermos, a toda persona vulnerable, lo acogen a Él.
Que seamos cristianos, personas que acogen con Amor y Alegría a toda la humanidad, que hagamos Cielo en la Tierra en todos y cada uno de los lugares donde nos encontremos, hogar, trabajo, lugar de ocio. Donde quiera que estemos.
Inma Corona