El pasado miércoles, con la imposición de la ceniza, hemos iniciado la Cuaresma, ese camino que nos prepara para vivir la Pascua.

El texto de hoy, primer domingo de Cuaresma, nos recuerda los cuarenta días y cuarenta noches que Jesús estuvo en el desierto y superó la dificultad de las tres tentaciones del diablo. La tentación es ponernos a prueba ante situaciones difíciles que piden tomar una decisión que refuerza nuestra identidad y vocación de ser persona creyente.

El itinerario de la Cuaresma, para los cristianos, es un tiempo que nos invita a hacer una experiencia de desierto personal, no para huir sino para tomar conciencia de un tiempo de conversión para revisar nuestras actitudes y respuestas ante la realidad y acontecimientos.

La Cuaresma es un tiempo profundo para conversar con Dios y para escucharle. Esto pide buscar tiempos y espacios para permanecer solos en Dios, para vivir el significado auténtico de la oración, del ayuno y de la limosna. El sentido de la limosna pide revisar el propio compromiso solidario hacia los demás. El ayuno invita a prescindir de muchas cosas innecesarias. Y el sentido de la oración permite mostrarnos a Dios Padre, tal como somos, de forma sincera.

Hoy Jesús experimenta una vivencia profunda en el desierto que le transforma porque sintió y vivió la presencia de Dios, su Padre. Pensemos qué significa para cada uno vivir la experiencia de un tiempo de desierto, en soledad y silencio.

Dejémonos llevar por el Espíritu y de nuevo vivamos con autenticidad el sentido de la conversión como proceso personal y comunitario, que posibilita mejorar las relaciones humanas y comprometernos en bien de los demás a través de nuestras obras.