Aportación de Leticia Soberón con motivo de la celebración de la fiesta de Santa Eulalia.

LAS CLARAEULALIAS, MUJERES NUEVAS
Leticia Soberón
Alfredo, como buen discípulo de Jesucristo y gran amigo de Santa Eulalia, fue un decidido impulsor del desarrollo y la autonomía de las mujeres. Nos proponía como modelo a Eulalia, junto con Clara, para inspirarnos a una vida plena, libre, valiente, llena de amor de Dios y fecunda en frutos de bien.
Alfredo expresó y mostró con su vida una enorme confianza en nuestro potencial,
A nosotras nos impulsó a ser “mujeres nuevas”. ¿Y qué es eso? Liberadas por Cristo.
carismas y vocación en la Iglesia y en la sociedad. Y eso sin ponernos “en contra” de nada ni de nadie. Impulsando el misterio de la comunión y la igual dignidad de todo ser humano en cualquier circunstancia y condición. Pero señalando a la mujer, nada menos que como el arquetipo del ser humano, o sea, el modelo más pleno, no el varón como se consideró durante siglos. Un paso de gigante. En esto, por el momento y que yo sepa, se ha quedado solo en el mundo del pensamiento.

Dejando atrás toda forma de esclavitud o atadura al orgullo, la soberbia, la envidia, los
celos, la mentira, el desprecio de los demás. Libres de las propias pasiones y apegos, y
libres de toda sumisión a otros seres humanos. Mujeres plenas, contemplativas, capaces de callar y escuchar. Capaces de vivir la amistad profunda, y también activas en la sociedad para mejorarla y convertir todo entorno en un lugar bello y habitable para todos.
Alfredo se murió hace ya casi treinta años. Nosotras hemos ¡do madurando, envejeciendo y en muchas formas haciendo vida lo que él nos transmitió. Es muy hermoso ver, y nos lo recordaba Cecilia Farfán hace unos días, cómo de diferentes maneras vamos realizando ese sueño, cada una a su modo, con libertad, sin que nadie nos mande, y al mismo tiempo en un clima de comunión y sintonía que se arraiga en nuestro “sí” a Dios Padre, y en el ejercicio de las tres cartujas. No es que sea todo fácil ni mucho menos; sabemos que la contemplación, la amistad y el servicio, hay que ir cultivándolos diariamente, superando obstáculos personales y los que nos vienen de la sociedad.
Hoy contemplemos juntas algunas notas de esa “novedad”. Me centraré en tres de ellas que están enraizadas en las tres cartujas.
1. Acoger la realidad y las personas tal como son. Un rasgo que se vive naturalmente
cuando de verdad vamos asumiendo a fondo la actitud realista existencial, es
dejar de “pelearse” continuamente con lo que sucede. Abandonar la perpetua
decepción y el enojo contra lo que pasa, contra lo que nos hacen los demás. Dejar
atrás la exigencia del “debería ser de otra manera”. La persona “nueva” acoge lo
que sucede, incluso lo difícil, duro o incómodo, y medita antes de saltar con las
contra-soluciones. La aceptación cordial de la realidad, con ayuda de la
contemplación, nos permite ver las semillas de futuro que la propia realidad tiene
dentro. Asumir que los demás son libres, comprender que tienen sus motivos, ser
pacientes y buscar qué puede esperar Dios de nosotros en estas circunstancias.
Si hay que cambiar cosas, lo haremos con decisión, pero sin acritud. Eso implica
aceptar a las personas, sean cuales sean sus características raciales o culturales,
opciones políticas, edad o preferencias. Aceptarlas… empezando por nosotras mismas. Somos quienes somos y como somos. ¿Deberíamos de ser mejores, más
creativas, más sabias, más…? Pero no lo somos todavía. Nuestra realidad actual
es la que es. ¡Asumir nuestros límites! La edad, la enfermedad, las decisiones
tomadas hasta ahora. Este es nuestro nuevo punto de partida. Abrazando la
realidad ¡incluso la actual, tan tremenda como parece!, y nuestras personas
cercanas tal como son. Preguntémonos: ¿qué semillas de futuro existen aquí y
ahora? ¿Qué espera Dios de nosotros en este momento? ¿Qué podemos dar,
cómo podemos servir?
2. La impotestad. Vivir en comunión sin nadie que ejerza el mando. Pienso que el
más grande signo de “novedad” que se nos ha dado como regalo, es justamente la
impotestad. La conciencia de que nadie tiene potestad sobre nadie. No estamos
ligadas por votos o por obediencia, sino que libremente estamos en comunión.
Todas últimas, como Jesús nos enseñó especialmente en la última cena.
Actuamos con autonomía y en conciencia, pero siempre escuchando también a
las demás porque no estamos solas en el mundo. Somos sinfónicas, avanzamos
como la melodía en las piezas de jazz, armonizándonos con la libertad de todas.

¿Y qué nos une? Hemos dado un “sí“ a Dios Padre, total, irreversible y sin
condiciones, y podemos empezar a vivir una amistad auténtica en Jesús. Esa
amistad no es abstracta o genérica. Es concreta, con personas de carne y hueso.
Supone atención y cuidado mutuo, diálogo, escucha, acompañamiento. ¡Y esto
tarda años! Y requiere paciencia, mucho perdón y misericordia. Tenemos el norte
de las Condiciones de la Amistad. A esa luz, comprendemos que cualquier
encargo que recibimos de coordinación o animación para servir al pequeño grupo,
es de servicio, de alegre ultimidad. Sin mando.
3. Ser valientes porque somos libres. En la sociedad de todos los tiempos suele
prevalecer la ley del más fuerte. Pues nosotras estamos allí sin doblegarnos a los
poderes de este mundo, sin ansiar la gloria, la fama o el dominio sobre nadie.
Dando testimonio de que se puede vivir con sencillez. Veamos el ejemplo de la
Obispa episcopaliana Mariann Budd, que pidió al nuevo Presidente Trump
misericordia para los excluidos. Su tono era manso y sereno, pero su mensaje
tenía la potencia del Evangelio. Ella mostró no tener miedo; su valentía provenía
de su libertad interior, porque nada de lo importante le puede ser arrebatado.
Como Santa Eulalia. Nosotras debemos ser así. Muertas a nosotras mismas. Pues
hay que ser cada vez más libres, menos atadas a convencionalismos o sujetas a
las valoraciones ajenas. El objetivo no es brillar o autoafirmarnos, sino expresar
respetuosa y amorosamente lo que el Evangelio diría, lo que Jesús haría en cada
situación.
Así podemos promover fiesta. Esa es una gran asignatura pendiente que tenemos. Ser
más festivas, más capaces de promover alegría y risa, no sólo individualmente sino como grupo.
Termino este repaso agradeciendo de todo corazón a Jesús, y de su mano a Alfredo, el
habernos llamado y mostrado este camino. A Tante, a los Mayores, y a cada persona que nos ha mostrado con su vida, cómo es este “estilo nuevo” de ser personas. Sin rivalizar con nadie. Amigas e iguales en dignidad con nuestros hermanos varones. Y querría que nos preguntemos cómo poder compartir con otras mujeres, de cualquier edad, estos inventar, como grupo, nuevas formas de difundir esto que se nos ha dado como regalo.