Realizada con IA y matizado por Diego López-Luján
Hoy celebramos la Ascensión de Jesús junto al Padre un acontecimiento que no marca una separación, sino un acontecimiento que indica que la misión de Cristo está cumplida. Cristo sube al Cielo Eterno porque su obra en la tierra ha dado fruto: ya nos ha hecho a nosotros cristos resucitados en Él, con Él y por Él. Si no fuera así, Él seguiría aquí, dando testimonio, pero su Ascensión confirma que el Reino está ya aquí presente en medio de este mundo y habitado por aquellos que viven como otros cristos.
El Evangelio de Lucas nos muestra cómo, antes de ascender, Jesús bendice a sus discípulos y los envía como testigos. Este envío no es una tarea vacía, sino una misión que solo es posible porque Cristo ya ha transformado a los suyos, a nosotros. No estamos solos; somos los cristos incipientes que Él ha formado y enviado al mundo, no en espera de un Reino futuro, sino como ciudadanos y co-constructores de un Reino que ya está entre nosotros.
Así, nuestra respuesta debe ser la misma que la de los discípulos: alegría y oración. Nos reunimos con María, como ellos lo hicieron, no para preguntar qué sucederá después, sino para abandonarnos en el amor de Dios, con la confianza sencilla de los niños que descansan en el regazo de su madre.
Cristo nos ha hecho suyos, nos ha dado su Espíritu y nos ha incorporado a la realidad del Padre. Por eso, no debemos mirar al cielo como quienes han perdido algo, sino como quienes han ganado un gran tesoro.
Que esta solemnidad nos impulse a vivir con fe, con esperanza y con la certeza de que el Reino de Dios está aquí en medio de nosotros, habitado por aquellos que han sido tocados por su gracia.
