
(También se puede leer el evangelio de Jn 14,1-6)
Jn 6,37-40 En aquel tiempo dijo Jesús:
“Todos los que el Padre me da vienen a mí, y a los que vienen a mí, no los echaré fuera. Porque no he venido del cielo para hacer mi propia voluntad, sino para hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado. Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite el día último. Porque la voluntad de mi Padre es que todo aquel que ve al Hijo de Dios y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el día último”.
Ver y creer, dos acciones que sólo podemos realizar cuando las aguas agitadas de nuestra vida se aquietan. Podemos ver la realidad tal cual es y en el fondo de nuestro ser, la imagen del Hijo de Dios; y creer en él.
Una parte sustancial del legado de Alfredo Rubio de Castarlenas es el silencio. Les comparto un bello soneto suyo publicado en el número 3 de la colección Oasis de la Murtra Santa María del Silencio, llamado SOLEDAD Y SILENCIO p. 20:
SILENCIO
Silencio. El silencio,
¡qué gran cosa!
del hombre, supremo amigo.
Consejero, justo juez,
es sedante, creativo.
Es luz que ilumina
el espiritual camino,
haciendo que, ¡firmemente!
refrenemos el instinto
depurando las ideas,
de nuestro lastre vivido.
El silencio nos redime
de la premura del tiempo
para vivir otra vida
como un nuevo nacimiento
donde se ven ya las cosas
con más claridad y acierto.
El silencio es siempre puro,
es divino ¡y es eterno!
Inmersos en el silencio
se está, ¡muy cerca del cielo!
Alfredo Rubio
Ante este bello y claro soneto de Alfredo, sólo nos queda hacer silencio.





