
«En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
˝A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido˝.
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
˝Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo˝.
Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
˝¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros˝.
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
˝¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo˝.
Y decía: ˝Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino˝.
Jesús le dijo: ˝En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso˝.»
Comentario:
En este evangelio, vemos la burla y el sarcasmo con que tratan los magistrados a Jesús, cuando en realidad contemplamos el mayor sacrificio que se puede hacer: Dar la vida por Amor a los demás, y Jesús lo hace por Amor a todos nosotros.
Jesús es presentado como Rey, pero El no es un Rey que viene a salvarse a si mismo sino que su poder radica en la entrega por Amor a los demás. Y no se queda solo ahí sino que nos ofrece la esperanza de la resurrección y así nos lo hace entender cuando le dice al buen ladrón “«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
La Cruz no es un símbolo de sufrimiento sino de amor y salvación donde la misericordia de Dios se hace patente en el buen ladrón y a su vez es extensible para todos nosotros.
El reino de Jesús no es un reino lleno de poder y riquezas sino un Reino de Amor que lleva implícito entrega y sacrificios hechos por Amor. Un Reino al que todos estamos llamados pero que implica pasar por la cruz como El pasó, pero también con la esperanza puesta en que sabemos que la muerte no es el final sino el principio de una nueva vida.





