Este domingo celebraremos la Fiesta de Pentecostés.
Vivenciaremos la fiesta por la vida del Espíritu en nosotros; de nosotros como individuos y también -a no olvidarlo- de nosotros como cuerpo, como fraternidad, como comunidad que conmemora con esta celebración, una y otra vez, la etapa de andadura de la iglesia, consciente de que su propia plenitud tiene que ver con el misterio de la vida de Dios y en Él, desarrollándose en el tiempo y en el espacio; en el día a día transido de presencia y ausencia; de silencio y elocuencia, no obstante, suficientemente madura como para caminar hacia nuevos horizontes, convocada a transmitir la nueva del perdón, es decir, el don otorgado libre y completamente.
Lo que Alfredo Rubio refiere en su homilía Nuestra relación con el Espíritu Santo ha de ser de persona a persona acerca de la imagen de la paloma, es que el Espíritu se nos ha transmitido por medio de imágenes que, al no tener figura humana, nos dificultan, en cierta manera, la relación personal con Él. En este caso, el Evangelio menciona el soplo como representación mística de la Tercera Persona de la Trinidad.
Dice Alfredo en su homilía: “Así como se encarnó el Verbo en una naturaleza humana concreta… el Espíritu Santo se encarna en toda la iglesia… el Espíritu Santo está encarnado en nosotros” y ese soplo nos ayuda a comprender, por medio de analogías, lo que Jesús transmite a sus amigos esa tarde: “vayan y perdonen”, sean aliento de vida, calidez y tibieza; confidencia, confianza y aire renovado; perdón, claridad, verdad y libertad.
Vivamos esta fiesta como convocación, vocación común en medio de nuestra diversidad de dones, desde nuestra feliz realidad de ser hospederos del Espíritu.
Soledad Mateluna
