Tiempo de silencio y oración

Vivimos unos días muy extraños. Desde el balcón de mi casa veo los patios de un colegio y que a la vez son pistas de baloncesto y de entrenamiento en horario no escolar, por lo que hay actividad casi a todas las horas de la mañana, tarde y noche.

Ahora eso se acabó. Miro los patios y no veo niños jugando y corriendo alegremente, ni veo ni oigo el balón rebotar ruidosamente contra el tablero de madera. Silencio, silencio total. Escucho atentamente los vecinos. Nada, hay momentos que no oigo nada ni nadie, como si no tuviera vecinos ni arriba ni abajo, ni a los lados. Silencio, silencio.

¡Qué sacudida tan grande nos ha llevado el virus! Nuestro mundo occidental se creía fuerte y seguro, con tecnologías y herramientas capaces de afrontar cualquier contratiempo y he aquí que un simple e invisible virus hace tambalear a todo el mundo.

Parece que la vida se haya detenido, el tiempo congelado y que vivamos como en un estado de hibernación, sin actividad aparente, en un stand by esperando el retorno a la normalidad y a la vida activa y ruidosa habitual.

Este tiempo forzado de menor actividad nos da horas que de otro modo no dispondríamos. Tantas veces que nos quejamos de la falta de tiempo y ahora lo tenemos en abundancia. Tiempo para poner orden en armarios y cajones, tarea que siempre dejábamos para más adelante. También es cierto que nos hemos comunicado más con los que viven en casa, con la familia y los amigos que están fuera y nos hemos interesado por su salud, su estado de ánimo, a través de llamadas, de videollamadas y así, viéndolos y escuchándolos, nos alegramos de ver que están bien o podemos acompañarlos a distancia si pasan un mal momento.

En estos últimos días casi seguro que todos hemos recibido, a través de las redes de Internet, un sinfín de mensajes positivos, alentadores y que nos ayudan a no caer en el desánimo y que nos alimentan la confianza. La pandemia del coronavirus nos ha ‘regalado’ un tiempo que seguro todos hemos aprovechado para reflexionar, para meditar o para orar. Y precisamente este es un momento que no deberíamos desaprovechar. La oración confiada, acompañada de un silencio tan propicio, debe darnos paz y serenidad. Hoy han acudido a mi mente los primeros versículos del salmo 46(45): Dios es nuestro refugio y fortaleza,/ nuestro pronto auxilio en las tribulaciones./ Por tanto, no temeremos aunque la tierra sea removida/ y se deslicen los montes al fondo del mar. ¡Qué alivio leer estas palabras! Es momento de confiar en la ayuda de Dios, de recibir su consuelo, su paz y serenidad. A pesar del descalabro que podamos sufrir, mantener la confianza serena en Dios nos dará fuerzas para seguir adelante y luchar por el fin de esta pesadilla.

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