Domingo XXIV del tiempo ordinario // Lc 15,1-32

Las 99 ovejas

Queridos hermanos , al prepararnos para asistir a misa debemos preparar nuestro corazón, analizar cómo ha ido esta última semana, pedir perdón a dios por nuestros pecados, posiblemente a alguno de nuestros hermanos … estar listos para recibir  Cristo, en palabra y cuerpo. En cuerpo, cuando tomamos la eucaristía cuerpo de Cristo,  en palabra cuando oímos el evangelio, lo interiorizamos y nos disponemos a que se haga vida en nuestra vida.

Es por ello por lo que es recomendable que la preparación semanal de la misa también conste de una parte que sea la lectura previa del evangelio y su interiorización. Los comentarios al evangelio que podemos leer en esta hoja u otros lugares sin duda ns pueden ayudar a profundizar y relacionar con nuestra vida el evangelio de la misa dominica.

«Ese acoge a los pecadores y come con ellos»

Esta semana nos encontramos en Lucas 15 que Jesús debe hacer frente de nuevo a las críticas y reticencias de los fariseos. Los fariseos, que tenían a bien considerarse puros debido a la estricta observancia de multitud de pequeñas normas, señalaban a Jesús porque se juntaba con los pecadores, e incluso compartía cas y comida.  Comportamiento que consideran totalmente impropio de un buen judío que se precie de serlo. Sabemos que esta acusación no es nueva y que Jesús tiene que buscar la mana de hacerles ver que la esencia de la ley no está en buscar la salvación individual, yo y los míos, sino en amar y sacrificarse para que todos, justos y pecadores, puedan llegar a la salvación. Esa es la voluntad del Señor.    

Por supuesto, es lógico pensr que lo justos tienen más números de llegar al cielo que los pecadores. Es por ello que cuando un pecador, contra todo pronóstico, llega a salvarse,  en el cielo, Dios y todos sus santos se alegran enormemente, hacen fiesta, una gran fiesta.  El sacrificio de Jesús y los sufrimientos de tantos santos que le han seguido, finalmente no ha sido en vano. Ha servido. Ha valido la pena.  ¡Aleluya! Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que aman al Señor.

Al escuchar esa parábola de Jesús de la oveja perdida y encontrada, de la alegría que causa en el cielo un solo pecador que se salve, alegría mayor que por los 99 justos que ya tenían su camino de recibo, no dejo de pensar en lo siguiente: ¿quiénes son los justos entre nosotros? ¿Cuántos son? ¿Cuántos los pecadores? Difícil está encontrar justos y santos entre nosotros, personas que al dejar este mundo “de recibo” vayan al cielo. Más lógico es pensar que es la misericordia de Dios, la que logra arrastrar a muchos (purgatorio) hasta la mismísima antesala del cielo y vestirles la túnica de fiesta, ponerles el anillos esponsal, para esas bodas celestes que nunca van a terminar.

Sí amigo lo intuyes bien, en la vida real, no en el ejemplo de la parábola, los noventa y nueve no son los justos, los justificados por sus obras. Estos pocos son. Los noventa y nueve somos los pecadores. Y por eso la alegría del cielo es tan infinita e indescriptible, porque todos los que entramos por esa puerta no somos otra cosa que pecadores arrepentidos y salvados y con ello se manifiesta la mayor gloria del Señor y sus designios inescrutables. Ese es el significado de la primera estrofa del salmo de hoy (50, 3-4. 19),

“Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

(…)

un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias”

Gloria y la alabanza al señor por los siglos de los siglos.

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