Domingo de Pentecostés // Jn 20,19-23

Un día acompañé a mi madre a casa de una amiga muy querida, a la que se le acababa de morir accidentalmente un hijo de manera trágica e inesperada. Cuando entramos en la casa, escuché a esta señora decir: “Ven Espíritu Santo, ven, dame fuerzas porque no puedo soportar tanto dolor. Ven Espíritu Santo”

Eran unas palabras de súplica tremendas, pero no entendí por qué se dirigía al Espíritu Santo y no era a Dios a quien se lo pedía. Mis oraciones siempre iban dirigidas al Hijo, a Cristo.

Cuando me enseñaron a escuchar, a dialogar con las Tres Personas de la Santísima Trinidad, comprendí el motivo por el cual esta señora se dirigía al Espíritu Santo. Él es la fortaleza, el Amor entre el Padre y el Hijo.

En este Evangelio, los Apóstoles, los discípulos y todas las Apóstolas de los Apóstoles, que también estaban allí, hablaban y buscaban cómo continuar con el mensaje de Cristo, y en este momento, Jesús Resucitado se les presenta, recibiendo al Espíritu Santo. Cristo les insufla su Espíritu para que salgan al mundo sin miedos, lleven La Paz y la Alegría del Reino De Dios a todas las personas.

¿Cuándo Cristo nos enseñó las manos y el costado? ¿Cuándo nos fijamos en Él? ¿Cuándo sentimos el primer empuje del Espíritu Santo? Estas preguntas emocionan, porque seguir sin desfallecer, allí donde Cristo nos envía, no es más que obra de su Espíritu, que nos acompaña siempre, aunque a veces se olvide. Menos mal que mirando hacia atrás, nos damos cuenta que lo vivido no es más que Gracia y Espíritu Santo.

Y es aquí, ahora, cuando nosotros los cristianos nos ponemos es oración para que, al recordar este domingo de Pentecostés la venida del Espíritu, nos encuentre con el corazón abierto para acogerlo y así pueda hacer en nosotros lo necesario para seguir viviendo el Reino de Dios que Jesús dejó implantado, y sobre todo, llevarlo al mundo entero.

Podemos curar en su nombre, dar Paz y Alegría, acoger con ternura a quien necesite del Amor.

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