Domingo V del tiempo ordinario // Lc 5, 1-11

La distancia del Amor

En este pasaje del texto de Lucas contemplamos una pesca milagrosa. Un hecho sorprendente que muestra otra manera de hacer las cosas. Pedro y sus socios han estado toda la noche trabajando. Intentando pescar para ganarse la vida. Por la mañana, Jesús hace servir esas mismas barcas vacías para otra cosa. Las usa como plataformas para comunicarse mejor con la gente que se “agolpaba sobre Él”. Ante el caos, Jesús pone distancia y entonces le pueden oír con claridad y cada quien desde su sitio.

La barca a la orilla del lago, pero a una distancia justa para ser escuchado. Ni lejos ni cerca. La palabra latina ubi significa “dónde”. Ubicarse es “dondearse”, encontrar el lugar adecuado. Una ubicación es un lugar determinado. Jesús se sabe ubicar para que le escuchen y esto ayuda a las personas que se agolpan sobre Él a que también se ubiquen, encuentren su lugar en la vida y, de este modo, se serenen. Muchas veces los milagros de conversión de las personas tienen que ver con ubicarse: encontrar el lugar propio, el que nos hace felices y nos hace hacer felices a los demás.

Una vez Jesús “llegó” a las personas y se acercó a sus corazones desde una distancia justa donde lo confuso se aclaraba, pidió internarse en el lago. O más bien “salir” al lago, como dice el texto. En ese afuera pidió echar las redes en lo más hondo. Pedro, a quien ya algo le había removido las palabras de Jesús, confió y así lo hizo. La pesca, como hemos visto, fue milagrosa. Pero este hecho “espectacular” no debe opacar lo más importante: el giro que da el corazón, la conversión, el cambio de perspectiva ante la vida.

Jesús no hace sino mostrar a Pedro que puede seguir siendo él, es decir, un pescador. Y que también su trabajo puede ayudar a las personas a ubicarse en la Vida, es decir, entrar en la dinámica del Amor.

Alfredo Rubio anunció de muchas maneras los beneficios del saber tomar distancia. Retirarse por unas horas al día para estar conscientemente en Dios, en soledad y silencio, y salir al encuentro con las personas que nos rodean de manera renovada. También reservarnos temporadas de “diques secos”, donde detener nuestra actividad para simplemente estar, dejarnos reparar, gozar de la intimidad con Dios y re-descubrir la Vida.

Estas distancias no generan aislamiento o egocentrismo, sino que nos ayudan a ubicarnos y a entablar nuevas aproximaciones con la propia realidad. Desde esa actitud nuestros trabajos y nuestras relaciones se tornan milagrosas: siembran conversiones. Es en esa distancia entre las personas y entre los quehaceres del día a día, donde reverbera la libertad y, por tanto, el Amor. Y ahí está Dios.

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