La Fiesta de este domingo nos regala la posibilidad de situarnos ante preguntas que tarde o temprano necesitamos responder, respondernos.
Ya sea que vengan del exterior: nuestro entorno, nuestros cercanos; intereses personales o comunitarios o, desde lo interior de cada uno, tanto en ocasiones triviales o momentos trascendentales, ¿Quién no se ha visto en la necesidad vital de responderse
¿Quién eres? – ¿Quién soy?
¿Qué te han dicho de mí? – ¿Qué me digo de mí?
¿Dónde reinas?, ¿Dónde habito y soy Señor-Señora de mi mismo y de mis circunstancias?
¿Para qué he nacido, he venido al mundo? ¿Para qué o por qué existo, soy?
Muchas son las respuestas posibles, tantas como cada uno de los que leemos este comentario, escrito -claro está- desde mi propia moción y circunstancias.
Cuando, acercándonos al final del ciclo litúrgico nos asomamos a otro nuevo, se nos ofrece una nueva etapa de vida que no tiene tanto que ver con los años y el tiempo que, estoy segura, tantas veces imaginamos que es lineal y que pasa rápida e inexorablemente.
Más bien tiene que ver con un constante círculo o devenir «espiralado», en el que las preguntas pueden volver a suscitarse, aunque las respuestas puedan cambiar y ser cada vez más profundas.
Un nuevo año, una nueva etapa. Nuevas respuestas ante preguntas vitales:
¿Quién eres?
¿Dónde habitas?
¿Dónde reinas?
¡Quédate con nosotros, Señor! La tarde del tiempo cae para volver a contemplar el amanecer de la Vida en la que reinas.