Domingo XXVII del tiempo ordinario // Mc 10,2-16

¡Ama, ábrete al otro y dónate a él!

Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre… Dejen que los niños se acerquen a mí …. el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos (Mc 10, 9.14).

Dios es amor, por lo tanto, lo que el amor une, vincula, conecta, que nuestros egoísmos no lo destruyan o hagan perecer. También, ser como niños, que son puros de corazón y de quienes es el Reino de los cielos.

¿Cómo interpretar este Evangelio dedicado al amor conyugal, a los niños y al Reino de los cielos? Se trata pues de una Bienaventuranza a la que Dios nos invita por partida triple.

El Reino de los Cielos es el estado de total apertura al otro, a uno mismo y a Dios que nos fue revelado por Cristo. La pureza de corazón, o ser como niños, se podría entender, de modo simple, como el rechazo al mal, y el amor conyugal es la total donación al otro, volviéndose ambos, uno solo. De manera que ya no son dos, sino una sola carne (Mc 10, 8).

Es un Evangelio que podría parecer confuso o con temas mezclados. Sin embargo, el trasfondo es claro: Dios nos pide que optemos por el bien, que alejemos el mal de nuestro corazón, que nos abramos completamente al otro, a Él y a nosotros mismos, y que amemos como Él nos ha amado: con total apertura y donación.

Además nos da la clave, sean como niños. No hay nada más simple y a la mano que un niño. Que mira las cosas como si fuera la primera vez. Es veraz porque no tiene dobleces y habla desde el corazón. Vive intensamente el presente, para él no hay pasado ni futuro, solo hoy. Está abierto al otro porque está en un constante descubrimiento del mundo y de él mismo. Y lo mejor de todo, es que todos lo hemos sido, así que basta observar nuestro interior para entrar en contacto con esa parte esencial de nuestra persona, ablandando el corazón que a veces se endurece y bajar la guardia para que la mirada penetre realmente en la belleza del mundo y del otro.

El amor ya lo llevamos dentro, pero hemos de hacerlo aflorar, de hacerlo crecer y cultivarlo cada día y en cada momento, para que las espinas que a veces lo hieren, vayan cayendo.

Decía Juan Pablo II que el amor es don: «el amor procede de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1Jn 4,7). Y al mismo tiempo el amor es un mandamiento, el mas grande amor…»Amarás» (Mt. 22,37-39).

Todos llevamos a Dios, venimos de Dios y vamos a Dios. Por tanto si amamos, nos abrimos a los demás y nos damos totalmente sin reservas ni medidas.

¡Feliz domingo!

Claudia Soberón Bullé Goyri

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