V Domingo del tiempo ordinario // Lc 5,1-11

La pesca milagrosa, una invitación a trascender en nuestra vocación

Me llama la atención de este pasaje del relato de Lucas que en una sola ocasión Simón es mencionado Simón Pedro. Y es justo cuando Simón se asombra de la pesca tan abundante que resulta al echar las redes a petición de Jesús. Es el momento en que su corazón se siente removido a una conversión, se arrodilla y pide a Jesús que se aparte de él porque es un pecador. Simón se asombra y se llena de temor. Se reconoce frágil. Jesús, entonces, lo llama a ser pescador de hombres.

Jesús no puede compartir su mensaje, su estilo de vida orientado a Dios, de manera solitaria. Dios, para Jesús, se vive de manera compartida, comunitaria, familiar. Esta vivencia requiere de un grupo de referencia donde arraigue la Buena Nueva. El hecho de necesitar la barca de Simón para poder enseñar al gentío es una primera señal. En esta jornada del lago de Gensaret, vemos cómo, después de concluir su labor hacia las personas, Jesús necesita retirarse a la intimidad del grupo pequeño, de la familia, estando allí es donde se despliega en más profundidad las maravillas de Dios.

Jesús invita a los pescadores a realizar su vocación humana, pescar, de manera trascendida: pescar personas. Sacarlas de las aguas de las preocupaciones y el sinvivir para llevarlas a tierra firme. Simón y sus compañeros pescadores, según nos cuentan los relatos evangélicos, dicen sí a la propuesta de Jesús y son los primeros discípulos que le acompañan viviendo y difundiendo la Buena Nueva de Dios.

La sobreabundancia material, simbolizada en esa pesca descomunal, después se ve reflejada en la multiplicación de seguidores y seguidoras de Jesús y sus discípulos.

“No tengas miedo, desde ahora vas a ser pescador de hombres”. Con estas palabras Jesús acoge el sí de Simón, quien más tarde sería llamado Pedro. ¡Cuántas veces encontramos en labios de Jesús el “no tengas miedo”! Palabras que llegan a nuestros días para seguir repitiéndonos: no tengas miedo. El miedo paraliza, hace dudar, genera desconfianza y agresión.

Confiemos en nosotros mismos y en Dios que mora en nuestras vidas invitándonos a llevar nuestra vocación de lo material a lo trascendental, de lo individual a lo compartido.

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