“De lo que rebosa el corazón habla la boca” leemos hoy en el evangelio, son palabras duras y ciertas, muchas veces las pensamos para justificar o para defender algún agravio, pensando que los comportamientos siempre se deben a esa falta de bondad en el corazón. Sin embargo, el texto de hoy empieza advirtiendo sobre los juicios que realizamos.

Estas palabras me han resonado ya que hace un tiempo que ando algo inquieta, bueno el mundo anda muy removido, con mucho dolor y sufrimiento, con demasiadas personas que viven situaciones difíciles sin más que haber nacido en un lugar concreto, o en una familia determinada o … no siempre hay causas directas a lo que sucede.

Estas situaciones, más o menos cercanas, nos pueden llevar al desasosiego, a perder de vista la posibilidad de cambio. A perder la esperanza en la transformación.

Al leer este evangelio me ha venido a la mente un campo recién regado, abundantemente regado en el que sus plantaciones han recuperado la fuerza, la viveza, ahora es más verde, más erguido ya pronto dará un buen fruto.

Siento que para que nuestras actitudes, gestos, miradas, palabras sean sanadoras, transformadoras hemos de regar mucho nuestro interior, no podemos dejar que se alimente sólo cuando tiene hambre, hemos de practicar mucho aquello tan conocido y bello de Santa Teresa “no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”, esos ratos en que estamos Dios y tú, esos ratos de exquisita relación en que aprendemos a mirar el mundo con sus ojos, esos momentos en que nuestro ser va creciendo y impregnándose de una manera de ser y hacer al estilo del amor.

Y entonces sí, empezaremos a ver nuestra pequeña mota y trataremos de que no nos impida una mirada clara para poder guiarnos unos a otros en este caminar por la vida.