IV Domingo de Pascua / Jn 10,27-30

El Buen Pastor

Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

En el pórtico de Salomón, un grupo de judíos rodean a Jesús.

El diálogo es tenso.

Los judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación.

Jesús es muy claro: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna».

Si lo escuchamos, le abrimos las puertas de nuestro corazón, y le permitimos entrar, Jesús hace vida en nosotros, nos da todo lo suyo.

No se trata de forzar a nadie.

Jesús solamente muestra su obra.

Nuestro si, depende de cada uno de nosotros.

Es una decisión diaria, cada mañana a la salida del sol, al medio día, al atardecer. Total, no solo para una parte de nuestra vida, irreversible, sin vuelta atrás hasta darlo todo, sin condiciones, “lo que Dios desea será lo mejor para mí, para su mejor gloria y para los demás” (1). Aunque sea con miedo.

La decisión lo cambia todo, porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo, encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de nuestra vida. La fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él con creatividad y alegría. Paz y fiesta.

Fúquene, Colombia

  1. Juan Miguel González-Feria. María, Victoria del Espíritu. Edimurtra. 1993 pág. 46

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