
Hoy el evangelio de Juan nos habla de la presencia del Espíritu y de su acción en nosotros. Nos dice que el Espíritu nos guía hacia la verdad plena, y que nos ayuda a ver aquello que tantas veces se nos escapa. Porque, aunque Dios actúa constantemente, no siempre somos capaces de percibirlo. Quizás porque no estamos atentos, quizás porque no queremos mirar de frente, o porque lo que vemos nos incomoda o nos enfrenta a realidades difíciles.
Cada uno puede descubrir sus propios “quizás” ante la acción del Espíritu. Pero hay una certeza: cuando el Espíritu llega y actúa, nos trae luz y vida.
Luz, porque nos ayuda a comprender, a hacer asumible aquello que en un primer momento parece inasumible. Nos abre los ojos y nos da claridad para entender lo que vivimos, incluso aquello que nos duele.
Vida, porque ese entender no es solo racional, sino vital. Nos vincula. Nos hace más próximos, más empáticos, más enraizados en lo que somos y en lo que nos rodea. Nos invita a vivir los vínculos inevitables que tenemos con la realidad y con nuestra gente. Vínculos que no siempre son de alegría o de celebración; a veces son de pérdida, de dolor, de silencio… pero también de amor profundo.
Quizás el Espíritu Santo nos ayude justamente en esto: a vivir estos vínculos desde la verdad y el amor.
Que el Espíritu siga trayéndonos luz y vida, para poder vivir con sentido, conectados con nuestro interior y abiertos a los demás.