Fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles

Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia

En este pasaje, Jesús se encuentra con sus discípulos en Cesarea de Filipo, un lugar lleno de imágenes de poder humano y culto pagano. Es allí, en medio del bullicio del mundo, donde el Señor plantea una de las preguntas más importantes del Evangelio:

“¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” Y luego, con ternura, vuelve su mirada a los suyos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”

Esta segunda pregunta atraviesa el corazón. No es solo una cuestión teológica, sino profundamente relacional. Jesús no busca una definición académica, sino una confesión nacida del encuentro y del amor.

Pedro, impulsado por la fe que el Padre ha sembrado en su corazón, responde: el Mesías, el Hijo del Dios vivo.”

Claridad sorprendente: “Tú eres”

Jesús acoge esa respuesta con una bendición que brota de su corazón misericordioso. No lo felicita por su inteligencia, sino por su apertura al Padre. Y entonces confía en él una misión enorme:

“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” Te invito a repetir esta frase, ahora poniendo tu nombre sin miedo.

Yo soy Claudia ….

Miremos esto desde la misericordia. Jesús sabe bien quién es Pedro. Sabe quien soy….. Conoce su temperamento impulsivo, sus límites. Y aun así, lo elige. No lo llama por ser perfecto, sino por su capacidad de amar, de dejarse transformar, de volver después de la caída.

Esa es la lógica del Reino: Dios edifica su Iglesia no sobre la perfección, sino sobre la misericordia que restaura y fortalece.

Cuando Jesús le impulsa a ser cocreador del Reino y el poder de atar y desatar, no le está entregando un dominio autoritario, sino una responsabilidad pastoral: cuidar, liberar, reconciliar. Es el servicio de un pastor que, con el corazón de Cristo, guía y sana.

Hoy Jesús también nos pregunta:

¿Quién soy yo para ti?

Responder con el corazón implica reconocerlo como el Liberador que nos ama con ternura incluso en nuestras fragilidades. Y también nos recuerda que todos, como Pedro, somos llamados a edificar, a sostener, a cuidar la fe de otros, desde nuestras heridas sanadas por su gracia. La misericordia de Dios no nos elige porque somos fuertes, sino para hacer de nuestra vulnerabilidad un lugar donde habitar/nos.

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