
Dialogando con Dios
El comienzo del capítulo 11 de la narración de Lucas se centra en la oración. Y abre con una solicitud que hacen los discípulos a Jesús después de que este ha estado orando.
Los discípulos piden que Jesús les enseñe a orar como Juan el bautista lo hacía con sus seguidores. Curiosamente, ambos pasajes se conectan. En aquel pasaje, Jesús se acerca a Juan para ser bautizado, una vez que Jesús emerge de las aguas, se abre el Cielo y se escucha la voz del Padre reconociéndolo como Hijo amado y, por último, se percibe la presencia del Espíritu Santo. El pasaje que hoy comentamos también sigue una dinámica similar.
Tal como nos describe Lucas en este capítulo 11, Jesús pone énfasis en que la persona orante es la que toma la iniciativa de dirigirse a Dios: pidiendo, buscando, llamando. Incluso, aunque la persona orante llegue a importunar con su insistencia. Esta iniciativa es una manera de reconocer su condición de vulnerabilidad y necesidad de conexión con Dios. En el bautizo, Jesús tomó la iniciativa al pedir a Juan que lo bautizara.
También Jesús invita a confiar en Dios, en su bondad de Padre: pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Confianza que es mutua y es activa, ya que Dios provee, pero la persona ha de pedir, buscar, llamar. Es decir, ha de salir de sí misma, romper con la situación que le ha colocado en estado de necesidad. La respuesta de Dios llega y aquí de nuevo podemos palpar un paralelismo con la escena del bautizo. Una vez que Jesús es bautizado, al emerger del agua Dios responde: este es mi Hijo amado en quien me complazco. El Padre se complace de que le pidamos, de que oremos, de que lo llamemos.
En el pasaje del capítulo 11, Jesús acaba diciendo que el Padre dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan. Y es lo que también sucede al final del bautizo, el Espíritu Santo se manifiesta sobre Jesús.
Como podemos contemplar, en ambos pasajes se despliega la presencia de Dios trinitario, Dios como comunidad de Amor, Dios como dinamismo. La creación y, con ella, la humanidad, es también comunidad de afectos, dinamismo. Cuando pretendemos aislarnos, encerrándonos en nosotros mismos, desconociendo la interconexión que hay entre los seres del universo, caemos en situación de precariedad espiritual y material. Nos empobrecemos, nos sentimos perdidos y encerrados en un círculo sin salida.
Jesús nos invita a ser conscientes de esta condición humana y de recuperar la salud/salvarnos, siendo activos. Haciendo el esfuerzo de pedir y no esperar pasivamente a que se nos dé, buscar para ser conscientes de que Dios está presente en todo, llamar para que las puertas cerradas (por nosotros mismos) se abran.
Una parte central del comienzo del capítulo 11 es la enseñanza del Padrenuestro. Cuando los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar, él abre su corazón y las palabras que le salen son un diálogo con el Padre. Nos han llegado estas, las que conocemos como el “Padrenuestro”, pero cualquier palabra que salga de nuestro corazón al abrirnos hacia Dios crean un vínculo de amor entre el Creador y yo. Y si me vinculo con Dios, también me vinculo con toda la creación y puedo estar en armonía con lo que me rodea.
Alfredo Rubio nos ha legado numerosas paráfrasis al Padrenuestro de Jesús, con lo cual, nos hace la invitación a parafrasear también nosotros el Padrenuestro según los dictados de nuestro corazón.