XXVII Domingo del tiempo ordinario // Lc 17,5-10

Pedirle a Jesús que nos aumente la fe es reconocer que es un don que nos regala, es el don de la fe. Estar dispuesto a recibir su fuerza, siendo conscientes de que, aunque nuestra fe sea pequeñita va a ser capaz de transformar y renovar todo nuestro ser. La comparo también con nuestra vida: tan contingente, con tan baja de probabilidad y, a la vez, tan llena de potencia y de posibilidad.

Jesús va más allá. Esta fe, esta confianza, nos impulsa al servicio, que no nace de la obligación ni de la imposición, sino de la libertad del corazón que se abre a la otra persona. Servir es reconocer que mi vida tiene sentido cuando se convierte en don, cuando mi tiempo, mis manos y mis palabras ayudan a que el hermano viva mejor. No se trata de perder dignidad, sino de compartirla; no es sometimiento, sino comunión. En el servicio humilde descubrimos que somos más libres, porque nos liberamos del egoísmo y nos encontramos con el rostro de Cristo en los demás. De esto se trata, de ser fieles en lo pequeño.

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