XXIX Domingo del tiempo ordinario // Lc 18,1-8

Una oración que transforma

En la lectura del evangelio de Lucas de este domingo, Jesús cuenta a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre sin desfallecer. La parábola habla de un juez injusto que habiéndose negado termina por hacer justicia a una viuda para que deje de importunarle. Jesús dice: “fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?”

El juez de la parábola no se parece al Dios compasivo, al Dios que, con Jesús, llamamos Abba. Pero el testimonio de la viuda nos da luz sobre nuestra manera de orar.

Si oramos es porque creemos que hay Alguien que nos escucha y a quien podemos hablar con confianza de nuestras preocupaciones, tristezas y alegrías.

Orar sin desfallecer me transforma por dentro. Orar infatigablemente me hace ver también la maravilla de lo que ya he recibido. Lo que Dios, el Dador de bienes, me da cada día, entre otros, el regalo de la vida, y el gran don de su amor.

Orar me transforma porque mi plegaria ya no es sólo para que Dios me haga justicia, como dice la viuda de la parábola. Orar ensancha mi corazón para orar por tantos que me piden rece por ellos.  Y no sólo orar por los que conozco. Al orar sin desfallecer se va dilatando mi corazón y se vuelve más compasivo. Es como si mi oración abarcara todo ser viviente y al orar llevase a todos en las entrañas.

María de Jesús Chávez-Camacho Pedraza

Pineda de Mar

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