
En el evangelio de este domingo nos encontramos con Juan el Bautista en la cárcel. En esa difícil situación envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Juan todavía espera a un Mesías que les libere de la opresión, un Mesías poderoso y fuerte, que traiga la justicia. Pero Jesús está bien alejado de ello. Ha venido a liberar, pero a liberar corazones, a salvar mediante el servicio, la misericordia y la entrega de su vida, no desde el triunfalismo sino desde la humildad.
Jesús les responde: «Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Feliz aquel que no se sienta defraudado por mí».
Esta bienaventuranza de Jesús es una invitación a confiar incluso cuando Dios no actúa como esperamos. Juan el Bautista, desde la cárcel, buscaba un Mesías fuerte y justiciero, y en cambio Jesús se presenta humilde, sanando, consolando y anunciando esperanza.
Por eso dice “feliz”, porque la verdadera dicha la encuentra quien acepta a Jesús tal como es, sin tropezar con su estilo, sin desanimarse cuando no entiende todo. Dichoso quien sigue confiando, quien descubre que el Reino crece de manera humilde, paciente y silenciosa, en lo pequeño y cotidiano. Feliz el que no se aleja cuando sus expectativas no coinciden con las de Jesús, porque ahí nace una fe más auténtica, más libre y más madura.
Demos gracias por la vida de Juan Miguel, que desde el realismo entendió y vivió esta bienaventuranza que hoy nos regala el evangelio.





