Domingo I de Cuaresma // Mt 4,1-11

Entramos en cuaresma. Ese periodo tan especial para hacer un alto en el camino, revisar nuestras vidas, y ver si vamos por buen camino, o bien si hay un camino todavía mejor. Revisar nuestras vidas requiere tiempo, salir de nuestras actividades cotidianas, y ver las cosas con una cierta perspectiva. Ello es especialmente importante después de haber pasado por un periodo de cambio intenso en nuestras vidas o bien si nos preparamos para algún acontecimiento especial que repercutirá en el resto de nuestra vida. Un nacimiento, una boda, una enfermedad, un fallecimiento, un compromiso religioso…

Eso es precisamente lo que le pasó a Jesucristo. Acababa de tener una experiencia radical, transformadora, única. El bautismo, la inmersión y el resurgimiento de esas aguas del Jordán. Su pentecostés, la venida del Espíritu Santo, la confirmación del Padre. Sí por fin sabía quién era, el “Hijo de Dios”, era Él, ya no había lugar a dudas. Un escalofrío recorrió todas las células de su piel, y no sólo la epidermis, sino como si de un escalofrío escatológico se tratara, conmovió todo su ser hasta lo más profundo.

El desierto

Cuando abrió los ojos emergiendo de las aguas, se vio a sí mismo rodeado de miradas expectantes, no sabía qué decir, qué hacer, qué expresar. No quedaba otra opción que retirarse, ir a un lugar apartado, para meditar, entender, prepararse… “En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu…”. Efectivamente, era el mismo Espíritu que acababa de recibir el que lo impulsaba.

Pero cuidado, el desierto no es sitio fácil, falta lo necesario para la supervivencia, el agua, alimentos, refugio… pero lo peor quizás sean las alimañas, y entre esas las peores, las que se alojan dentro de nosotros mismos. Esas saben esperar agazapadas y aprovechar los momentos de debilidad o de confusión para adueñarse de nuestro ser. Para tomar control.   

Leamos la cita entera: “En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu…para ser tentado por el diablo”. Ciertamente su vida, su misión no va a ser un camino de rosas, y el propio Espíritu de Dios permite, como hace con todos nosotros, que el mismo Jesucristo también sea probado, sea tentado por el mismísimo diablo.

Si eres Hijo de Dios…

Si eres listo, si eres valiente, si realmente puedes… demuéstramelo nos dice el diablo a cada uno de nosotros. Venga hazlo, “just do it” como dice el logo de cierta marca comercial. No lo pienses, hazlo, sé tú mismo, demuéstrame, demuestra a los demás, demuestra al mundo de lo que eres capaz.

 A Jesús el diablo le tentó donde más sensible estaba: “Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Por supuesto que estaba débil y hambriento, el mismo evangelio de hoy nos lo dice: “después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre”, pero yo creo que la auténtica tentación, el auténtico anzuelo reside en utilizar su identidad como recurso: “Si eres hijo de Dios” … ¡y bien que lo era! bien que lo sabía con certeza cierta, absoluta, desde el momento de ese resurgimiento del bautismo.

Llave de judo

El diablo quiere hacer una llave de judo, tomar la propia energía de Jesucristo, su identidad, su ser hijo de Dios, para dirigirla hacia otra parte, no dirigirla hacia la referencia al padre y su misión, sino encerrarla hacia sí mismo, hacia las necesidades de su propio y pequeño yo, en definitiva, hacia la perdición.

Cuidado con las llaves de Judo. Hemos de saber que el diablo carece de fuerza. Es pura astucia. Astucia al servicio del mal. No tiene nada de fuerza, por eso va a usar la nuestra propia y la va a dirigir lejos del camino, lejos de la verdad y lejos de la vida. Hemos de tener mucho cuidado con la soberbia, pues por ahí nos va a agarrar y nos va a hacer caer. Como una llave de judo. 

Demos gracias a Jesús, el Hijo de Dios, que, con mansedad y humildad, supo resbalar como un pez entre las garras del diablo, no se dejó atrapar por él. Perseveró en su misión salvadora y además nos dio ejemplo e inspiración para nuestras cuaresmas de hoy en día. Las de cada uno.

Que el Hijo de Dios nos proteja en estos cuarenta días de penitencia, nos señale bien el camino y nos ayude a, superando toda tentación, recorrerlo con gozo y esperanza.

Taiwán

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